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Actualizado: 17 de junio de 2025
En vano en los albores de una existencia estéril Abandoné tus playas; no te olvidé por eso, Como al dejar la bella que nos brindó su beso Dá mas placer al alma pensar en él despues. Atravesando mares y recorriendo campos, La pluma manejando con la ñudosa lanza, Vivificado siempre por íntima esperanza Jamás he sacudido tu polvo de mis piés.
Sospecho que van tras de alguno pensó; tal vez tras de mí. Introdujo en su bolsillo el pañuelo con que había sacudido de sus botas el encarnado polvo de Poker-Flat, y con entera calma desechó de su mente toda conjetura. La verdad era que Poker-Flat andaba tras de alguno.
No debía dormir; no quería dormir; lo ordenaba su voluntad... Y media hora después dormía profundamente, sin saber en qué momento se había dejado rodar por las blandas laderas del sueño. Despertó de pronto, como si le hubiesen asestado un mazazo en el cráneo. Los oídos le zumbaban... Era la brusca impresión del que se duerme sin deseo de dormir y se siente sacudido por la inquietud resucitadora.
Poco a poco me iba serenando. Allá, en el fondo, estaba quizá contento por haber sacudido de los hombros el tremendo cuadro sinóptico de don Oscar. Las noches eran calurosas, asfixiantes. Cuando no iba a casa de Anguita, después que dejaba al amigo Villa, me agradaba dar vueltas por la ciudad en espera de las once, a pasos cortos y lentos, arrastrando los pies.
«Entró hablándola en el tono regocijado y cariñoso que de ordinario usaba con ella; y bastó a la pobre niña conocer su luz, para lanzar un grito y estremecerse como si la hubiera sacudido una corriente eléctrica. Vivía la infeliz indudablemente bajo el peso de una idea terrorífica, que se embravecía con el recuerdo o la presencia de determinadas cosas y personas.
D. Álvaro Montesinos yacía en la cama, más bien reclinado que extendido, con una pila de almohadas detrás de la espalda; yacía presa de un síncope o ataque de disnea, con los ojos cerrados y la boca entreabierta, sacudido de vez en cuando su mísero tórax por un hipo aciago. No había a su lado más que D.ª Eloisa y una criada.
Largos días estuvo Nucha detenida ante esas lóbregas puertas que llaman de la muerte, con un pie en el umbral, como diciendo: «¿Entraré? ¿No entraré?». Empujábanla hacia dentro las horribles torturas físicas que habían sacudido sus nervios, la fiebre devoradora que trastornó su cerebro al invadir su pecho la ola de la leche inútil, el desconsuelo de no poder ofrecer a su niña aquel licor que la ahogaba, la extenuación de su ser del cual la vida huía gota a gota sin que atajarla fuese posible.
Cecilia, como suele acontecer a todos los temperamentos serios cuando se animan súbitamente, estaba encendida y locuaz. Parecía haber sacudido las ideas negras que tanto obscurecían su rostro en los días anteriores. Gonzalo, antes de ponerse a la mesa, bromeó graciosamente, tanto con ella como con su mujer.
Y, con sobrado calor, sacudido nuevamente por la emoción que desde la noche anterior embargaba todas mis facultades, me puse a contarle lo sucedido y la presunción que tenía de que hubiese una intriga infame tramada contra mí. Necesitaba de su auxilio: que fuese a casa de Gloria, la interrogase, le hablase en mi favor o, por lo menos, alcanzase de ella una explicación.
No pude pensar más. Me sentí sacudido violentamente de los pies á la cabeza por el brutal arranque del automóvil; me creí arrojado á lo alto, como si el carruaje, después de rodar sobre la tierra unos momentos, se elevase á través de la atmósfera. Perdí desde este momento la normalidad de mis sentidos, para no recobrarla hasta el día siguiente.
Palabra del Dia
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