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Actualizado: 7 de mayo de 2025
Al doblar un recodo, una anchura llana, plana, bañada por el sol, se dilató ante mis ojos. Estaba en el Alto del Roble, la soberbia puerta que da ingreso a la sabana de Bogotá. Miraba a mi espalda y veía escalonarse a lo lejos la serie de montañas que había transpuesto para llegar a aquella altura: ¡estaba a 2700 metros sobre el nivel del mar!
De todo aquel trayecto, á lo largo de la playa, por el paseo de la Sabana, el puente de España, Isagani no ha visto más que un suave perfil peinado graciosamente, terminado por un flexible cuello que se perdía entre las gasas de la piña. Un brillante le guiñaba desde el lóbulo de la diminuta oreja, como una estrella entre plateadas nubes.
Dijo estas últimas palabras con acento grave, y quedó inmóvil mucho rato, con la vista perdida en la inmensa sábana de agua. Ahora la miraba Rafael. Había levantado la cabeza y contemplaba a Leonora pensativa. Su hermoso rostro se teñía de una luz azulada que parecía envolverla en un nimbo de idealidad.
Volábamos sobre la tendida sabana, gozando de aquella indecible fruición física que se siente cuando se corre por los campos sobre un caballo de fuego y sangre, estremeciéndose al menor ademán que adivina en el jinete, la boca llena de espuma, el cuello encorvado y pidiendo libertad, para correr, volar, saltar en el espacio como un pájaro.
Al cuello, un amplio pañuelo de seda que abriga la garganta contra la fría atmósfera de la sabana al caer la noche; luego, nuestro poncho, la ruana colombiana, de paño azul e impermeable, corta, llegando por ambos lados sólo basta la cintura.
No pudiendo librar sus brazos de los vigorosos que la contenían, sus dedos se agarraron con rabia epiléptica a lo que encontraban, y querían deshacer y rasgar la sábana y la colcha. El fatigoso mugido iba calmándose poco a poco, las contorsiones eran menos violentas, y por fin, cayó en un colapso profundísimo. La sedación era instantánea, y a la misma muerte se parecía.
Apagaba la luz y se iba. Anita lloraba sobre la almohada, después saltaba del lecho; pero no se atrevía a andar en la obscuridad y pegada a la cama seguía llorando, tendida así, de bruces, como ahora, acariciando con el rostro la sábana que mojaba con lágrimas también. Aquella blandura de los colchones era todo lo maternal con que ella podía contar; no había más suavidad para la pobre niña.
¡Qué bruto!... Pues otra vez un criado de casa te quiso meter miedo cuando ibas al oscurecer á la iglesia á tocar la oración, disfrazándose con una sábana á modo de fantasma... ¡Pero bueno eras tú para dejarte meter miedo!... Así que estuvo cerca tomaste una piedra y se la tiraste á la cabeza con la mayor frescura. Vino descalabrado para casa, jurando que se las habías de pagar.
14 y le pusiere algunas faltas, y esparciere sobre ella mala fama, y dijere: Esta tomé por mujer, y llegué a ella, y no la hallé virgen; Y extenderán la sábana delante de los ancianos de la ciudad. 18 Entonces los ancianos de la ciudad tomarán al hombre y lo castigarán;
El bajo de ópera se creía en el deber de apoyar la idea religiosa, por haberla expresado tantas veces con su sábana por la cabeza, haciendo el respetable papel de sumo sacerdote; y el del molino de chocolate azuzaba a los dos por ver si la cosa se enfurruñaba y no quedaban más que los rabos.
Palabra del Dia
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