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Actualizado: 7 de mayo de 2025
El hotel de Villeta. Hospitalidad cariñosa. Parlamento con un indio. Consigo un caballo. Chimbe. La eterna ascensión. Un recuerdo de Schiller. El frío avanza. Despedida. Un recuerdo al que partió. Agua Larga. La calzada. El "Alto del Roble". La sabana de Bogotá. Manzanos. Facatativá. En Bogotá.
Precisamente pensaba á todas horas en las amazonas con pantalones que figuran en los films de los Estados Unidos, y había echado largas galopadas para ir hasta Fuerte Sarmiento, el pueblo más inmediato, donde los cinematografistas errabundos proyectaban sobre una sábana, en el café de su único hotel, historias interesantes que le servían á ella para estudio de las últimas modas.
Los torreones de la propiedad de Desnoyers empezaban á atraer la puntería de los artilleros. Pensaba éste en la oportunidad de abandonar su peligroso observatorio, cuando vió que algo blanco, semejante á un mantel ó una sábana, flotaba en la torre de la iglesia. Los vecinos habían izado esta señal de paz para evitarse el bombardeo.
Aresti recordaba una noche de luna clarísima, al retirarse á casa después de una cena con los contratistas, en las afueras de Gallarta. Oyó un canto lúgubre que rasgaba como un lamento la calma de la noche, y vió pasar á un hombre, vacilante sobre sus piernas, que parecía ebrio, llevando á cuestas á otro, envuelto en una sábana, con un brazo colgante que le golpeaba á cada paso.
52 mas él, dejando la sábana, huyó de ellos desnudo. 53 Y trajeron a Jesús al sumo sacerdote; y se juntaron a él todos los príncipes de los sacerdotes y los ancianos y los escribas. 54 Pero Pedro le siguió de lejos hasta dentro del patio del sumo sacerdote; y estaba sentado con los servidores, y calentándose al fuego.
En media jornada habíamos hecho el camino en que yo empleara dos a la venida; verdad que habíamos andado como «chasques» y que la gente a quien comunicábamos la hora de nuestra salida de Manzanos, no podía creernos. Mi compañero me propuso llevar a cabo la hazaña de ponernos en un día desde la sabana en Honda, lo que haría nuestro viaje legendario.
Allí me despedí de la familia de mi colega, el ministro inglés, que pensaba pasar la noche algo más adelante, en Agua Larga, mientras yo, gracias a mi alazán, tenía la esperanza de arribar a la sabana, avanzar hasta Facatativá y tomar allí el carruaje, que, según mis cálculos, me estaría esperando desde la víspera.
Hay que partir; el carruaje espera a la puerta, y los buenos amigos que van a acompañarme hasta el confín de la sabana, están listos. Rueda el coche por las angostas calles, pasamos la plaza de San Victorino, y en las últimas casas de la ciudad me vuelvo para darle la mirada de adiós. Siempre he dejado un sitio con la seguridad de volver... ¡pero Bogotá!
Para meterse en la hamaca sin que al mismo tiempo entren estos enemigos, es menester levantar la sábana del suelo, solamente lo preciso para meter arrastrando el cuerpo, sin dejar algun hueco por donde puedan entrar, porque si entran no dejan de inquietar toda la noche.
Bien, enteramente bien respondió ella. ¡Pero la sábana me parece tan pesada! Era la más ligera que había podido encontrar. Así se lo dije; entonces suspiró, diciendo que había que tener paciencia con ella. Después se quedó completamente inmóvil, sin cesar de mirarme como en un sueño. Al fin inclinó la cabeza varias veces y dijo: Está bien así, muy bien. ¿Qué está bien? pregunté.
Palabra del Dia
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