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Actualizado: 20 de julio de 2025
Una naranja madura desprendíase del árbol, de vez en cuando, cayendo junto a mí, como aletargada por el calor, con un ruido mate y sin eco en la tierra apelmazada. Para apoderarme de ella, me bastaba extender la mano. Eran soberbias frutas, de un rojo purpúreo en su interior. Parecíanme exquisitas, y después ¡era tan hermoso el horizonte!
Y en el mismo momento Luisa comenzó a sollozar, mientras que en la amplia sala se levantaba un ruido ensordecedor. Todos los amigos se acercaron al recién llegado, con el señor Juan Claudio al frente, gritando: «¡Gaspar! ¡Gaspar Lefèvre!»
Su aprensión creció mucho cuando, al llegar a las canteras, él y su madre oyeron el ruido misterioso del telar. ¡Ah! ¡Era como yo lo pensaba! dijo tristemente la señora de Winthrop.
Serán las diez, señorita. Y llueve. Eufemia atendió al ruido de la calle. Sí, llueve. Vamos a salir. ¡A salir! Sí, tú calla. Anda, tráeme un vestido tuyo, de percal, y un mantón tuyo y un pañuelo... vamos las dos de artesanas. Vamos al teatro, a la cazuela.
Mas al oír un ruido que se escapaba del pecho de su padre, algo así como sollozos interiores, ambos jóvenes se quedaron atónitos y no pudieron dejar de pensar: «¡Cómo nos quiere! ¡Nunca hubiéramos creído esto!» Frantz y Kasper se sintieron también conmovidos hasta las entrañas.
El vecino acabó por dormirse, pero algunos minutos despues la vecina hizo algun ruido al estirar una pierna, y el buen hombre se despertó sobresaltado y nos lanzó una mirada escrutadora en cuyo relámpago alcancé á ver un pensamiento de desconfianza. Al mismo tiempo, su brusco movimiento le hizo entreabrir la capa, y pude ver un cuello de raso bordado, distintivo del sacerdote.
Eva estaba radiante; sus ojos brillantes y su color animado expresaban el placer que le causaba la conversación. Así fue que cuando el conde volvió a la carga renovando sus instancias para hacerla decidirse a hacer compañía a la juventud, la joven rehusó con viveza y le envió bastante bruscamente a sus ojeadores, que ya estaban haciendo ruido. ¡Qué diablo!
El imperio de la hoja de lata, hermana gemela de la chaqueta tocaba á su fin. El ruido de la piqueta que abría los cimientos de las nuevas costumbres era el memento de su existencia.
Se hablaba en voz baja; se caminaba ahogando el ruido de los pasos; el palacete, tan alegre antes, parecía habitado ahora por sombras tristes y silenciosas. Desde la misma calle, no subía ningún ruido; una espesa capa de arena había sido extendida delante de la fachada para apagar las pisadas de los caballos y el rodar de los carruajes.
Cuando no quedó duda de que teníamos enfrente al enemigo, el ejército se sintió al pronto electrizado por cierto religioso entusiasmo. Vivas y mueras sonaron en las filas; pero al poco rato todo calló. Los ejércitos tienen momentos de entusiasmo y momentos de meditación: nosotros meditábamos. Sin embargo, no tardó en producirse fuertísimo ruido. Los generales empezaron a señalar posiciones.
Palabra del Dia
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