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Actualizado: 31 de mayo de 2025


Carmen se inclinó hacia el pobre Desdicha hasta rozar con sus labios rojeantes la piel hirsuta del animal; luego le colocó blandamente en el alfeizar de la ventana, a la raita del sol, y despidiéndose con pesar de la vista del valle y del cantar del Salia, bajó al piso principal, porque era medio día, y se comía allí a las doce en punto. El papelito azul decía: «Llego en el expreso. Fernando».

¡Ir en el mismo coche, tenerla al lado, aspirar su perfume, rozar la seda de su traje, verla pensativa, con los brazos cruzados, bañada por la luna de Filipinas que presta á las cosas más vulgares idealidad y encantos, era un sueño que Isagani no se esperaba! ¡Qué miserables eran los que se retiraban á pié, solos, y tenían que apartarse para dejar paso al rápido coche!

Sentíase rejuvenecido por el contacto de los fresquísimos pétalos de tantas y tantas flores, de todos colores y formas, subiéndosele a la cabeza los primaverales perfumes de las rosas, de los junquillos y de los iris... Cada vez que añadía una flor al brazado de la viuda, era para él una delicia rozar apenas los dedos de Camila por entre las hojas llenas de humedad.

Cuando entraron al salón artesonado de encina, Godfrey se dejó caer en su sillón, mientras que Nancy, después de haberse quitado su sombrero y su chal, fue a colocarse a su lado junto a la estufa porque no quería separarse de él ni aun algunos minutos. Sin embargo, temía proferir alguna palabra que pudiera rozar los sentimientos de su esposo.

Quilito, tan pronto como pudo acercarse, vino a saludarla, y sin mediar presentación siquiera, charlaron como antiguos amigos. ¿No sabían, acaso, que eran primos y que él se llamaba Quilito y ella Susana? Charlaron de muchas cosas: él, de sus estudios, de sus esperanzas; ella, de sus distracciones, pero ni uno ni otro se atrevió a rozar, aun incidentalmente, el tema escabroso de la familia.

Le inspiraba miedo la hermosura de esta mujer; estaba estremecido aún por el contacto de las firmes redondeces que acababa de rozar durante la corta lucha. Su virtud soñolienta había sufrido el tormento de una resurrección sin objeto. «¡Ah, no!... Que se encargasen otros de expulsarla

El conde la miraba con los ojos húmedos, haciendo esfuerzos increíbles para dominar su emoción. La sentía siempre que se ofrecía a su vista aquella niña. Cuando le tocó la vez no hizo más que rozar con los labios su rostro cándido. Pero Josefina, con el admirable instinto que los niños tienen para saber quién los ama, se colgó a su cuello dándole pruebas de particular cariño.

Juntáronse sus cabezas, y sus cabellos y sus alientos se confundieron. ¿Y cuál es, Amaury? preguntó Magdalena. La de expresarse dos su amor juntos y en un mismo beso... ¡Te amo, Magdalena! ¡Te amo... Am!... Sus labios buscaron los de Amaury, que llegaron a rozar los de su amada; pero la última palabra, que más bien era un grito de amor indecible, acabó en un lamento de acerbo dolor.

Más abajo todavía, sus saltos producen el ruido del trueno, y hasta en los parajes de su curso donde el cauce es casi horizontal, el arroyo muge y produce sordos murmullos al rozar en las orillas y arrastrarse sobre el fondo sinuoso.

En la agitación de aquel vuelo vertiginoso, la pluma subía á veces á tanta altura, que apenas podía distinguir los objetos; otras descendía hasta rozar con la tierra, y contemplaba su imagen fugitiva en la superficie verdosa de los charcos.

Palabra del Dia

rigoleto

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