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Actualizado: 23 de junio de 2025


El abuelo del conde actual quiso todavía ser más español y enajenó su patrimonio de Nápoles, rompiendo de esta suerte toda relación con Italia. Decían en Madrid por aquel entonces que una española vistosa y de mucho rumbo había tenido la culpa de este rompimiento. Los señores de Trevia, que ya eran españoles por naturaleza, lo fueron desde entonces también por la hacienda.

Al fin le aburría la modorra colonial de Batavia, y tornaba á Europa, rompiendo su matrimonio, para reanudar la existencia en los grandes hoteles, pasando de las estaciones invernales á las playas de lujo. ¡Ay, el dinero!... En ningún plano social se podía reconocer su poderío como en el que ella habitaba.

Fué notable el espectáculo de aquel dia, porque turbado el órden de la misma naturaleza anegaron la tierra, rompiendo algunos diques que detenian el agua de las acequias, y en el mar pegaron fuego á los navíos, sirviendo los elementos de ministros de su venganza, y saliendo de sus limites y jurisdicion para ruina de sus contrarios, parecia que volvían á su primer confusion según andaba todo trocado.

Escribí al vizconde, que como usted puede figurarse, para ya no era más que el hijo de don Ulpiano, rompiendo resueltamente. Ningún lazo nos unía; no ignoraba lo que yo era; a nada tenía derecho; harto hacía con avisarle. Fue a verme y no le recibí: volvió tres o cuatro veces y lo mismo; no hubo modo de que yo cediese.

Además, su celibato no es más que una vida religiosa... Precisamente confirmó el cura. La historia nos enseña que si la Princesa Isabel ganó su causa, no perseveró en su deseo de celibato mundano. Rompiendo con aquella vida neutra que afligía al Papa, se hizo monja, y murió siéndolo.

Mientras no hubo en su alma una fuerza poderosa, aquellos hábitos y la diátesis nerviosa formaron la costra o apariencia de su carácter; pero surgió dentro la energía, que estuvo luchando durante algún tiempo por mostrarse, rompiendo la corteza.

El viejo Zarandilla intervino también, por considerarse comprendido en el llamado gobierno del cortijo. ¡Los amos!... Ellos podían arreglarlo todo, sólo con acordarse un poco del pobre; con tener caridad, mucha caridad. Salvatierra, que escuchaba impasible las palabras de los jornaleros, se agitó, rompiendo su mutismo al oír al viejo. ¡La caridad! ¿Y para qué servía?

El era Ferragut: ¿qué deseaba?... Se negó á sentarse. Quería decirle dos «razones» aparte, con cierto secreto... Cuando el capitán hubo presentado á su segundo como hombre de toda confianza, entonces se sentó. Los dos compañeros, rompiendo la humana corriente, habían retrocedido también y estaban en el borde de la acera, volviendo sus espaldas al café.

Vérod cayó de rodillas, rompiendo a llorar. Y en medio de su llanto oyó claramente la voz que le decía: «Perdona...» Al día siguiente le llamó el juez. Era la primera vez que se encontraba ante el magistrado desde el día en que éste, después de triunfar sobre sus argumentos, le había dicho que creyera en el suicidio.

Por fin dijo el joven, rompiendo resueltamente el silencio. Debo, señorita, parecer a usted muy torpe y muy tonto, pero por más que hago no puedo separar la función de usted de su persona, y necesito todo mi cariño hacía mi tío... Liette le miró asombrada.

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