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Actualizado: 23 de mayo de 2025


Mas la duquesa, que pescó al vuelo la frase y comprendió la económica idea de monsieur Alphonse, impidió que llegase a oídos de Currita, rompiendo a reír a carcajadas; todos la miraron con extrañeza... ¿De qué te ríes?... Pues nada, mujer.. Estaba pensando en el traje que escogerá la señora de Martínez para ir al baile... Como no sea el de Teresa Panza, la mujer de Sancho...

Doña Rebeca, furibunda, le puso los puños junto a la cara, gritándole: eres la santa..., ¿eh?...; la santa, ¿y me insultas llamándome loca? La infeliz, rompiendo a llorar, gimió: ¿Yo?... , , la santita, el agua mansa, que parece que nunca has roto un plato.... Y se dió a hacer gestos por la casa adelante, con las manos en la cabeza y la voz retumbante rodando por los pasillos.

Varias veces entró en San Carlos, para ver siempre lo mismo: las vidrieras policromas cada vez más pálidas, así como descendía la tarde; los haces de banderas; los retablos rompiendo la sombra con el resplandor mortecino de sus oros, y mujeres arrodilladas é inmóviles: unas mujeres que parecían las mismas de la otra vez, como si las semanas fuesen minutos.

Como si aquel movimiento hubiera soltado las traíllas a la furia popular, veinte o treinta energúmenos, hombres y mujeres, rompiendo la fila de los soldados, se precipitaron sobre el brasero para despedazar a la infiel. En cambio, los que querían verla morir en las llamas prorrumpieron a un tiempo en el mismo grito de protesta: ¡No la matéis! ¡No la matéis!

Y dígame, ¿al fin no saltó por alguna parte ese cariño que usted quería tener? No señora replicó Fortunata, rompiendo a llorar . Pero si me habla usted de esa manera, no podré seguir; tendré que retirarme. La santa se corrió en el cofre que le servía de asiento para aproximarse a la silla en que estaba la otra.

Tal vez al morir, desatando o rompiendo mi alma estas infames cadenas que la detienen, se haga hábil para ese amor con que Vd. desea que nos amemos.

Corrían las señoras á refugiarse en San Nicolás, y los curiosos de las aceras, huyendo de los disparos, se arrojaban de cabeza dentro de los cafés, rompiendo cristales y volcando sillas y mesas. En un momento se formó un gran vacío en la plaza, quedando sembrado el suelo de garrotes, sombreros y boinas. Algunos heridos se arrastraban, manchando de sangre el suelo del paseo.

Para esto había que trabajar con ánimo resuelto, rompiendo uno de los más delicados organismos, la córnea; apoderarse del cristalino y echarlo fuera, respetando la hialoides y tratando con la mayor consideración al humor vítreo; ensanchar por medio de un corte las dimensiones de la pupila, y examinar por inducción o por medio de la catóptrica el estado de la cámara posterior.

Algunos carros cargados de hortalizas avanzaban lentamente rompiendo la corriente humana, y al sonar el pito del tranvía que pasaba por el centro de la plaza, la gente apartábase lentamente, abriendo paso al jamelgo que tiraba del charolado coche, atestado de pasajeros hasta las plataformas.

Si la enfermedad no hubiese sido esencialmente mortal, el enfermo habría curado, gracias a los medios usados por el doctor; pero, aunque éste hiciese nuevos milagros, no había remedio; el paciente no podía vivir más allá de quince días. »Cuando oyó esta sentencia el doctor Avrigny palideció; faltáronle las fuerzas y rompiendo en sollozos cayó en su asiento.

Palabra del Dia

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