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Actualizado: 28 de junio de 2025
Entonces el muchacho se volvió y prorrumpió en un grito de entusiasmo: ¡Hullin! ¡El doctor Lorquin! ¡Materne! ¡Todos, todos, aquí están todos! Y comenzaron de nuevo los abrazos; pero ahora más alegres, con risotadas y apretones de manos que no acababan nunca. ¡Ah, doctor, es usted! ¡Ah, querido papá Juan Claudio!
Seguramente que ellos creerían que las hadas de la montaña les habrían hecho aquel regalo, escondiéndose después entre las sombras del bosque donde ellas viven. Habíamos caminado un buen rato, cuando oímos el eco de repetidas risotadas y alegres exclamaciones.
Un amigo corrió á la taberna para traer una larga ristra de guindillas. Esto le devolvería el apetito. La bufonada provocó grandes risotadas, y Pimentó, para asombrar más á sus admiradores, ofreció el manjar infernal al Terreròla que aún se sostenía firme, mientras él, por su parte, lo iba devorando con la misma indiferencia que si fuese pan. Un murmullo de admiración circuló por el corro.
Oíanse, a lo lejos, sonar de tambores, chillar de chicos, renegar de grandes, gritos, risotadas, y de rato en rato un estrépito infernal y belicoso movido por una docena de granujas que, a todo correr, subían y bajaban la calle Imperial, llevando cada uno a rastra una lata de petróleo: algunas veces se entraban por la calle de Botoneras, y cuando pasaban ante la puerta de la casa parecía que estallaba un trueno en la caja de la escalera.
Por un lado el movimiento y el ruido de la playa, el murmullo cadencioso de las olas, las canciones de las lavanderas al depositar la ropa en las rocas, las risotadas de los bañistas y las locas carreras en la marea baja por la inmensa sábana de arena franjeada de plata; y por el otro la calma y el reposo de los campos, las frondosas laderas y el camino solitario en el que raros transeúntes ponían una sombra de vida, mientras que la capilla con sus muros grisáceos, su puerta baja y sus barrotes en cruz, parecía, al contrario, un monumento funerario.
Vistiéronla aquella tarde de chula, y cuando un cierto rumorcillo petulante indicaba la proximidad de los polluelos en el pasillo; cuando se oían sus risotadas a estilo de calaveras y sonaban muy cerca sus voces, que el mes anterior habían adquirido la ronquera de la virilidad, las niñas asomaban la muñeca a la alta reja del Camón, y aquí eran las boberías de ellos y la inocente diversión de ellas.
Las dos muchachas, oriundas del barrio de Monserrat seguramente, rayaban en los 20 o 22 años y penetraron en nuestro grupo, que ya se iba estrechando, metiendo una algarabía inusitada de gritos y risotadas cuyas causas no me podía explicar. Mira, mamá dijo la mayor, este caballero es tan amable, que te va a dejar mirar por el anteojo.
Y entre las risotadas de sus compañeros, describía a la pobre muchacha con minuciosidad vergonzosa, como si la hubiera desnudado con la mirada. El Menut no levantaba la cabeza, absorto en su trabajo; pero estaba pálido, como si dentro del estómago se revolviera la merienda mordiéndole.
Palabra del Dia
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