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Actualizado: 16 de junio de 2025


Cuando la luz estuvo más cerca, pudo distinguir la figura de su hermano en religión, ó para hablar con más propiedad, de su padre espiritual al mismo tiempo que muy estimado amigo, el Reverendo Sr. Wilson quien, como el Sr. Dimmesdale conjeturaba con razón, había estado rezando á la cabecera de un moribundo.

La voz que había llamado su atención era la del reverendo y famoso Juan Wilson, el clérigo decano de Boston, gran erudito, como la mayor parte de sus contemporáneos de la misma profesión, y con todo eso hombre afable y natural. Estas últimas cualidades no habían tenido, sin embargo, un desenvolvimiento igual al de sus facultades intelectuales.

Wilson. ¿Qué dice el muy digno Gobernador? ¿No ha defendido bien los derechos de la pobre mujer? Seguramente que , respondió el magistrado, y ha aducido tales razones, que dejaremos el asunto como está; por lo menos, mientras la mujer no sea objeto de escándalo. Hemos de tener, sin embargo, cuidado de que la niña se instruya contigo en el catecismo, buen Sr. Wilson, ó con el Reverendo Sr.

Si esa buena pieza tuviera que ser juzgada por nosotras, las cinco que estamos aquí, ¿saldría acaso tan bien librada como ahora con una sentencia cual la dictada por los venerables magistrados? ¡No por cierto! Buenas gentes, decía otra, se corre por ahí que el Reverendo Sr.

Por el Reverendo Padre Prefecto de Bethelemitas, Fray José Vicente de San Nicolas, se dijo: Que se conformaba en todo con el voto del Sr. D. Manuel José de Reyes. Por el Reverendo Padre Maestro, Fray José Ignacio Grela, se dijo: Que ha fenecido la autoridad del Exmo. Sr. Virey: que esta debe recaer en el Exmo.

Contad, que me desvivo por saber algo de vos. Pues bien, sabréis la historia, pero no el nombre. Algo he de otorgar al hombre que ha hecho de su hermano un enemigo, por culpa mía. Después de todo, Hugo dijo que venís derechamente del convento, de suerte que será esto á manera de confesión, como si fuerais un reverendo de barba blanca ¿eh?

Loado sea Dios, dixo, ya está la casa de mi buen huésped quemada hasta los cimientos, ¡Qué hombre tan feliz! Al oir estas palabras le viniéron tentaciones á Zadig de soltar la risa, de decir mil picardías al padre reverendo, de darle de palos, y de escaparse; pero las reprimió todas, siempre dominado por la superioridad del ermitaño, y le siguió hasta la última jornada.

Todo fué uno el pronunciar estas palabras, y volar gritando: Plaza, plaza al reverendo padre coronel. Donde se da cuenta de los sucesos de nuestros dos caminantes con dos muchachas, dos ximios, y los salvages llamados Orejones. Ya habian pasado las barreras Candido y su criado, y todavía ninguno en el campo sabia la muerte del jesuita tudeseo.

Estaba servido en vaxilla de oro un excelente almuerzo; y miéntras comian granos de maiz los Paraguayeses en escudillas de palo, y en campo raso al calor del sol, se metió el padre reverendo en la enramada.

Tres disparos de carabina partieron a la vez; el hábito azul del reverendo flotó un instante, y después ya no se vio nada, nada... ni caballos, ni hombres, ni fraile... nada más que olas espumosas que habían invadido ya la primera rampa del sendero e iban a estrellarse con gran estrépito contra la segunda. Sólo el gitano se había salvado.

Palabra del Dia

rigoleto

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