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Actualizado: 6 de octubre de 2025


Al mismo tiempo partió de la habitación un grito penetrante: «¡Socorro, Miguel! ¡Socorro!;» y a estas voces siguieron otros gritos desesperados que revelaban indecible terror. Presa de mortal angustia, permanecía yo en el más alto peldaño, asido al quicio de la puerta con una mano y sosteniendo en la otra la espada.

Las patillas rubias y canosas, unidas por un bigote corto, revelaban al marino retirado de la navegación; pero sobre estos adornos capilares resaltaba su perfil semita, su curva y pesada nariz, su mentón saliente y unos ojos de párpados prolongados, con pupilas de ámbar o de oro, según era la luz, en las que parecían flotar algunos puntos de color de tabaco.

Se pusieron en marcha de nuevo. Rosa protestaba a cada paso de aquel cambio tan extravagante; se dolía, con frases que revelaban sincera pena, de que Andrés fuese de aquel modo indecoroso, exponiéndose a coger una enfermedad. Pero éste reía y marchaba dando brincos para convencerla de la fortaleza de sus pies, vestidos solamente de un fino calcetín. Al fin ella calló.

Encima de una mesa lateral había una hermosa fotografía del pobre Burton Blair colocada en un pesado marco de plata, y en una esquina su hija había prendido un moñito de crespón como homenaje a la memoria del muerto. La gran casa estaba llena de esos delicados rasgos femeninos que revelaban la dulce simpatía de su carácter y la plácida tranquilidad de su vida.

«Mucho le estorbaba la pluma entre los dedos», y bien lo revelaban la rudeza de los trazos, la desigualdad de las letras y las señales de más de un borrón lamido en fresco o extendido con el canto de la mano; «pero con paciencia y buena voluntad se vencían los imposibles». «Tus abuelos paternos me escribía , no lograron otros hijos que tu padre y yo.

Esforzábase por aparentar serenidad, pero sus ojos revelaban haber llorado mucho, y su hermoso pecho, alzándose y deprimiéndose a intervalos muy cortos, daba prueba de agitación mal contenida. Tendió a don Juan la mano derecha, que él estrechó entre las suyas, y calladamente, sin soltarle, le guió hacia dentro. El pasillo era muy corto, y a su término había un cuarto de humilde aspecto.

Habíalos estado escuchando muy atentamente, apoyado en su ballesta, un robusto flamenco de penetrante mirada y atezado rostro, cuyo traje y porte revelaban á un oficial subalterno de las tropas del Brabante.

Unas leves canas en la barba y un ligero fruncimiento de la piel en las comisuras de los ojos revelaban la fatiga de una existencia que había marchado, según decía él, «a toda máquina». Pero aun así, le buscaban, y era el amor el que iba a sacarle de su angustiosa situación. Al acabar el arreglo de su persona, salió del dormitorio.

Sus ojos enrojecidos y fatigados brillaban en el fondo de las órbitas; sus labios apretados revelaban amargura e irritación. Allí estaba, petrificado en un dolor mudo. El deseo de acercarme a él me sacudió como un calofrío de fiebre. Pero, cuando quise levantarme, sentí como dos manos de hierro que pesaban sobre mis hombros y me hicieron caer de nuevo en mi asiento.

Mi salud comenzaba a resentirse de las extravagancias de mi cerebro, y las personas extrañas entre las cuales vivía no pronunciaré su nombre, no merece figurar en estas páginas no existieron ya para sino como fantasmas. Las últimas cartas de Marta revelaban orgullo, respiraban júbilo y esperanza. Sus temores parecían haberse disipado, nadaba ya en las delicias que le prometía la maternidad.

Palabra del Dia

mármor

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