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Actualizado: 6 de julio de 2025
Luisa, sentada al lado de su padre, miraba a éste con una inefable ternura; diríase que la joven abrigaba el temor de no verle más; sus irritados ojos revelaban que por ellos habían corrido abundantes lágrimas. Hullin, aunque estaba sereno, parecía algo intranquilo.
Y la anchura y la rectitud de su frente revelaban poco común inteligencia. Se notaba en todo su aspecto un no sé qué de bondadoso, de simpático y de egregiamente distinguido. Sus manos sin guantes, aunque fuertes y varoniles, eran aristocráticas, muy cuidadas y bonitas, con dedos afilados en la extremidad y encanutadas las uñas, en vez de ser cortas y chatas.
Y bien se revelaban estos gustos en toda la casa, particularmente de escalera abajo.
Era un hombre vestido con ropas cuidadosamente cepilladas, pero que por su holgura revelaban no haber sido confeccionadas para su cuerpo. El sombrero, más grande que la cabeza, llevaba hinchado el sudador por ocultas cintas de papel. Tenía la cara rojiza, con profundos surcos en cuyo fondo la piel aparecía blanca y brillante.
Severiana entraba y salía. Sus ojos revelaban que había llorado, y también tenía un mantón negro por los hombros. Por un resquicio de la puerta que comunicaba la sala primera con la cámara mortuoria, vio Fortunata los pies de la Dura en el ataúd, y no tuvo ánimo para acercarse a ver más.
Sus claros y hermosos ojos revelaban también un candor casi infantil; su mirada era la del adolescente cuyo espíritu se había desarrollado hasta entonces lejos de las emociones, de las penas y de los combates del mundo. Sin embargo, las líneas de la boca y la pronunciada forma de la barba indicaban un carácter enérgico y resuelto.
Varias cúpulas desiguales, verdes y amarillas, revelaban la existencia de éstos remontándose por encima de la balaustrada final. En esta balaustrada aparecían sentados unos cuantos ángeles ó genios de bronce enteramente desnudos, con alas doradas, ofreciendo al extremo de sus brazos negros unos atributos de oro, cuya significación nadie llegaba á adivinar.
Desde luego me sirvió de consuelo el ver que los semblantes de toda aquella gente revelaban el temor de una próxima muerte. Estaban tristes y tranquilos, soportando con gravedad la pena del vencimiento y el bochorno de hallarse prisioneros.
Contestaba a las cartas de su apoderado y de Carmen con breves epístolas de letra trabajosa que revelaban su firme voluntad. ¿Retirarse? ¡Nunca! Estaba resuelto a ser el de siempre, se lo juraba a don José. Seguiría sus consejos. «¡Zas! estocada, y el bicho en el bolsillo.» Se le ensanchaba el ánimo, y en esta amplitud sentíase capaz de guardar todos los toros, por grandes que fuesen.
Numerosos indicios revelaban la agitación y el estado de alarma predominantes en aquella comarca y más de una vez se vió cercada y detenida la pequeña cabalgata por numerosos grupos de vecinos armados, á quienes tuvieron que dar cuenta del objeto de su viaje, so pena de hacerse sospechosos y verse metidos en un mal lance.
Palabra del Dia
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