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Actualizado: 6 de julio de 2025


Pensábamos darlo por concluído esta tarde. Mucho es, sin embargo. Llegaron cerca de los segadores, que la saludaron llevando las manos á los sombreros, boinas y monteras, que de todo había. La condesa pasó la vista por aquellos rostros atezados y cubiertos de sudor que sonreían rústicamente sin quitarla ojo. Mal día tenéis, amigos míos dijo movida á compasión por la fatiga que revelaban.

Con tal motivo hablaron de los pintores y escultores más en boga, ponderando los méritos de cada uno. Después de larga pausa en que Miguel quedó pensativo, dijo de pronto: ¿Por qué no haces algo para la exposición? Mario pareció confuso. Bajó la cabeza balbuceando algunas frases que revelaban su modestia. Creo que estás un poco equivocado respecto a tus fuerzas replicó Rivera.

En un murmullo de charlas alegres, las jóvenes revelaban su alma con la misma gracia o inocencia, que en sus vestidos se revelaban sus cuerpos. Los jóvenes dejaban rebosar de su espíritu y de su corazón, esa adoración inconsciente, tan impulsiva y por lo mismo tan seductora, de la juventud y de la fuerza, hacia la gracia y la belleza.

Los ojos de Amalia se mostraban en tanto fríos, indiferentes; pero en sus labios había imperceptibles estremecimientos que revelaban el gozo cruel que sentía. En la tertulia reinó, mientras se efectuaba esta escena, un significativo silencio. Luego que Josefina hubo salido, la señora de Quiñones explicó a sus tertulios con naturalidad aquella mudanza.

Realmente la sorpresa no había sido completa. No le había visto: sólo había adivinado su presencia en el desorden de la habitación, en los detalles que revelaban una fuga rápida, mientras la doncella de Judith le entretenía ante la puerta cerrada.

Una arruga vertical en la frente y las comisuras contraídas de sus labios, revelaban insomnios y noches en vela. Contemplaba a Laura adormecida. Carmen, en medio de la habitación, preparaba un remedio mirando la copa al trasluz. También era otra, Carmen: parecía más crecida, más mujer; la aflicción persistente le había borrado del semblante la expresión infantil.

Saludó a Febrer con voz lenta y opaca, cortando varias veces sus palabras para sorber el aire. Hablaba humildemente, celebrando con grandes extremos el honor que le hacía Febrer al aceptar su invitación. ¿Y yo? preguntó el capitán con sonrisa maligna ; ¿yo no soy nadie?... ¿No te alegras de verme? Don Benito se alegraba de verle. Así lo dijo varias veces, pero sus ojos revelaban inquietud.

Joven aún, sólo revelaban su edad aquellos ojazos claros de virgen, inocentones y tímidos. El cuerpo, un puro esqueleto; y en el pelo rubio, de un color de mazorca tierna, aparecían ya las canas á puñados antes de los treinta años. ¿Qué vida le daba Pimentó? ¿Siempre tan borracho y huyendo del trabajo? Ella se lo había buscado, casándose contra los consejos de todo el mundo.

Sola no sabía qué decir. Las palabras que oía revelaban tal convicción y D. Benigno le infundía tanto respeto, que no se atrevió a contestarle ni a defenderle contra su buen sentido. Pensó primero que debía insistir en lo del matrimonio; pero afortunadamente desistió de una idea que habría sido impropia.

En su cuello, los tendones, huesos y nervios formaban como una serie de piezas articuladas, cuyo movimiento mecánico se observaba muy bien, á pesar de la piel que las cubría. Los ojos eran grandes y revelaban haber sido hermosos.

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