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Actualizado: 7 de octubre de 2025
No pude menos de decir á mi mujer: Cosa notable debe ser ese buen restaurant Champeaux, cuando tan de manifiesto se pone, sin temor de que se le descubran las faltas. Vamos á comer, y empujamos la puerta del dicho Champeaux. Véanos el lector en un salon pequeño, pero adornado de espejos magníficos, de magníficos tubos de gas, y de mesas muy blancas, con un servicio esmerado y gracioso.
Yo quise hacer señas á mi mujer de que se levantara, á fin de abandonar el restaurant Champeaux; pero no era tiempo. Los caballeros garçones nos habian sitiado, y no habia más remedio que sostener el sitio. Pero ¿por qué queria yo abandonar el brillante salon, aquella brillante coquetería del civilizado Paris? Lo queria abandonar por dos razones.
Las puertas sólo habían sido chamuscadas: la presencia de la autoridad había disuelto el grupo incendiario, extinguiendo el fuego. Era ya más de mediodía. Los grupos se aclaraban: todos se iban á comer. Aquello sólo había sido el prólogo de lo que ocurriría después. A la tarde, aquí se decían unos á otros al alejarse. Aresti entró en el restaurant del Suizo.
Anduvimos más, y al principio de la fachada de otro edificio, ayudado por cuatro tubos de gas que la decoraban, volví á leer Champeaux, y más adelante, en letras mayores, restaurant Champeaux, y en el otro extremo, Champeaux, y muy abajo, casi rayando con la acera, restaurant Champeaux.
Atravesó luego la taberna, el restaurant y entró en la sala de billar. Melisa no estaba allí. De pie, al lado de una de las mesas, había un individuo que llevaba en la cabeza un sombrero de hule con anchas alas, que el maestro reconoció en seguida por el agente de la compañía dramática. Era un hombre eminentemente antipático por la manera de llevar la barba y el pelo.
Ha permanecido soltero y se ha absorbido cada vez más en trabajos que le han robado por completo los días y aun con frecuencia las noches; ha llegado el primero a la oficina, ha salido el último, ha comido en el restaurant o en cualquier mesa oficinesca y no ha entrado en su casa sino para dormir.
No comimos ya juntos al año siguiente, porque el joven Baker juró que no sentaría jamás en la misma mesa que ocupase un canalla tan despreciable como Remigio, y a Colás, el que pidió dinero prestado en Valparaíso al joven Lupo, que servía de mozo en un restaurant, no le gustaba encontrarse con gente de tal ralea.
Hubo un tiempo en que estuve encantado, y ahora la realidad me desencanta. Hubo un tiempo en que yo volvia los ojos á Paris, como quien espera un milagro.... ¡Qué inocencia! ¡Al Pensamiento! Y me hallo que es una zapatería. ¡Al bello pensamiento! Y me doy de cara con una caja de confites. ¡A la sílfide! Y me encuentro de manos á boca con un grasiento restaurant. ¡A la gran industria del siglo!
Eran casi las siete y media cuando llegamos de vuelta a King's Cross, y después de una ligera comida en un pequeño restaurant italiano que había enfrente de la estación, tomamos un coche y nos encaminamos a la plaza Grosvenor, con el objeto de comunicarle a Mabel nuestro éxito en la solución del enigma.
Las hilas se enredaron y preciso fue inclinarse hacia la luz para buscar el hilito, haciendo una pausa mientras tanto. ¿Querrá usted creer que no pone fecha ninguna?... Me dice, sin embargo, que escribe en el restaurant de la estación, esperando el tren ascendente... Como el pobre es tan extremoso, quiso a toda prisa sacarme de cuidados...
Palabra del Dia
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