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Al conde de Lemos, vuestro sobrino, levantamos su destierro. Todos son enemigos míos, señor. ¿Y qué os importa, si es vuestro amigo el rey? Sea lo que vuestra majestad quiera. Envíense correos á don Baltasar de Zúñiga para que se vuelva á su oficio de ayo del príncipe don Felipe. Lerma, aterrado, se resignó. Aquel era un golpe mortal. Sus enemigos triunfaban. ¿Pero de qué medios se habían valido?

Meneó el peón la tostada cabeza. Un bocadito, un bocadito.... Y sin más explicaciones, emprendió otra vez su desmayada faena, manejando el azadón lo mismo que si pesase cuatro arrobas. Se resignó el viajero a continuar ignorando las leguas de que se compone un bocadito, y taloneó al rocín.

Luego se resignó y bebió agua, bajando la boca hasta la superficie del remanso.

Pero al fin la modista comprendió la burla, y renunciando á los artificios de la coquetería se resignó a pasar las horas leyendo novelas sentimentales, que la hacían llorará veces con enternecimiento, y comiendo almendras, nueces y avellanas, de que hacia una fuerte provisión todos los días en el comedor.

Se resignó al enterarse de que el vigoroso príncipe sufría náuseas cada vez que intentaba saborear esta depravación asiática. Y mientras él encendía un habano, Alicia sacó de una caja de plata los cigarrillos que fumaba en presencia de los «no iniciados»: tabaco oriental, pero bien rociado de opio.

Pero llegó al fin el momento en que el niño debía ser despechado. Había contado sin la huéspeda. Su esposo halló, por el contrario, que aquel adorno de soldadito, le sentaba muy bien dándole cierto aire original. La pobre mujer no sacó sus gastos y se resignó a dejarse crecer el cabello nuevamente.

Pero como considero que hubo grave causa para exonerarme de la controversia del Igurey, y para ocultarmela, me resigno con el poco concepto que merecí en dicha ocasion. Nuestro Señor, &a. Sobre volver á Curuguatí. Exmo Señor: Asumpcion, 19 de Octubre de 1791.

Pero su hermana le demostró la conveniencia de aguardar algún tiempo y él se resignó. Al fin se realizó la visita. Aurelia pasó una tarde en el boudoir de la señora de Osorio. Raimundo, después de muchas vacilaciones, no se atrevió a ir con ella. A los tres o cuatro días se presentó de nuevo Clementina en casa de los jóvenes a convidarles para ir por la noche al Real.

La multitud que escuchaba experimentó dolorosa sacudida, se agitó tumultuosamente unos instantes, lanzó exclamaciones incoherentes contra los malditos animales, trató de imponerles silencio a gritos, y, por último, visto lo inútil de sus esfuerzos, se resignó a esperar que cesasen. Los ladridos, en efecto, se fueron extinguiendo paulatinamente, haciéndose cada vez más raros y lejanos.

Mas era preciso que obedeciese Delaberge al mandato administrativo; la hostelera no se había engañado nunca a misma y pensaba que algún día la había de abandonar y, aunque suspirando hondamente, al fin se resignó. Una semana después el guarda general se marchó a París, no sin sentir en el fondo de su espíritu como una vaga liberación.