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Actualizado: 17 de junio de 2025


De pronto, un relámpago desgarró la obscuridad. Ragasse dio un salto. ¡Mi capitán! ¿No está usted herido? No, tiene que volver a empezar respondió Carlos tranquilamente. Sonó otra detonación tan cerca del soldado, que éste balbució aterrado: Mi capitán, le juro a usted que no he sido yo. ¡Naturalmente!... ¿Se ha acabado? , mi capitán. Entonces, en retirada; de prisa. Dieron unos cuantos pasos.

¿Qué choque? preguntó el Duque, por cuyos amortiguados ojos pasó un relámpago siniestro. Doña Paula adivinó un peligro para su yerno, y se apresuró a enmendar la imprudencia.

Se entregaban con verdadera furia al goce de esta fiesta extraordinaria, que era como un relámpago en su vida oscura y triste. Una de ellas, por una copa derramada sobre su falda, irguiose amenazando a otra con las uñas.

Thor, el dios brutal de la cabeza pequeña, estiraba sus bíceps, empuñando el martillo que aplasta ciudades. Wotan afilaba su lanza, que tiene el relámpago por hierro y el trueno por regatón. Odín, el del único ojo, bostezaba de gula en lo alto de su montaña, esperando á los guerreros muertos que se amontonarían alrededor de su trono.

Pasaban también el purpúreo relámpago del salmonete, la majestad brillante de la dorada, el vientre azulado de los pajeles, el lomo rallado del sargo, la boca en forma de trompeta de la brema de mar, la risa inmóvil del llamado festivo, el remate dorsal del pavón, que parecía hecho de plumas, la cola inquieta y hondamente bifurcada de la caballa, el estiramiento del mújol entre sus triples aletas, las redondeces grotescas del peje-jabalí y del peje-cerdo, la platitud obscura de la pastinaca flotando como un harapo, el largo hocico del peje-becacina, la esbeltez del róbalo, ágil y recogido como un torpedo, el rubio, todo espina, el ángel de mar, con sus carnosas alas, el gobio, erizado de angulosidades natatorias, el escribano, rojo y blanco, con bandas negras semejantes al rubricado de las firmas, el esmarrido modesto, el pequeño peje-araña, el soberbio rodaballo, casi redondo, con la cola de abanico y un ribete natatorio en torno de su disco manchado á redondeles, y la corvina sombría, que tiene en su piel el negro azulado de los cuervos.

Ulises miró su buque con cierta extrañeza, como si volviese á él después de un largo viaje. Lo encontraba con aspecto diferente; surgían ante sus ojos detalles que nunca habían atraído su atención. Recapituló en una síntesis, que fué como un relámpago cerebral, todo lo que había ocurrido en menos de dos semanas.

Aquello no fue más que una sospecha fugaz como el relámpago, que apenas nace muere: lo que me produjo más que odio, más que despecho, más que cólera, fue el conocimiento de las ventajas que por momentos ganaba el fatuo Mengis en el corazón de aquella que tan absoluta y súbitamente se había hecho dueña de mi voluntad y de mis sentimientos.

Al introducirla en la cerradura y empujar la puerta, otro relámpago bañó de claridad fantasmagórica el sitio en que iba a penetrar; rodó el carro del trueno, pausado al principio, después ronco y formidable, como una voz hinchada por la cólera, y Nucha retrocedió con espanto. ¿Qué sucede, señorita querida? ¿Qué sucede? gritó el capellán.

El curial le miró con estupor. Por sus ojos pasó después un relámpago de inquietud, temiendo hallarse frente a un loco, y se apresuró a despedirse y salir. Quedó solo el sacerdote. La celda en que se hallaba era lóbrega y sucia. Un catre de hierro, una mesilla de pino, una cómoda tosca y algunas sillas de paja componían todo el mobiliario.

Pasó como un relámpago por su voluntad el propósito de salir en seguida para Alcira aunque fuese a pie; quería avistarse con Rafael, arrojarle al rostro aquella carta, abofetearle, batirse. ¡Ah, el miserable! ¡el infame! rugía.

Palabra del Dia

irrascible

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