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Gracias, gracias, señor dijo el presbítero, cuya fisonomía expresaba una calma profunda, una serenidad íntima que llamaba la atención. Usted me cree muy desgraciado, ¿verdad? Mucho... Me inspira usted una gran compasión respondió con cara compungida el curial. ¿De modo que no se cambiaría usted por en este momento? El empleado hizo una mueca de susto.

El curial le miró con estupor. Por sus ojos pasó después un relámpago de inquietud, temiendo hallarse frente a un loco, y se apresuró a despedirse y salir. Quedó solo el sacerdote. La celda en que se hallaba era lóbrega y sucia. Un catre de hierro, una mesilla de pino, una cómoda tosca y algunas sillas de paja componían todo el mobiliario.

Como yo llevaba la llave en mi llavero, lo abrí y levanté la tapa. Las bisagras debían estar muy enmohecidas, pues al abrirse gimieron y silbaron. Adentro del ataúd había un hombre... Había un hombre vivo, enteramente vivo, hasta sano y de buen color. Se le conocía el oficio en su afeitado rostro de curial y en sus grandes anteojos azules.

Citaba nombres, fechas y prometía traer documentos que prueban la manera como se administró justicia. Pero ¿en qué podrá fundarse, dígame usted, en qué podrán fundarse para no permitir lo que salta á los ojos como altamente útil y necesario? preguntó Sandoval. Pecson se encogió de hombros. En que peligra la integridad de la patria... repuso en el tono de un curial que lee un alegato.

Apartó los ojos de la despojada imagen que delante tenía, y para verla lo menos posible, levantose, y con atención de prendero avaro, abrió el armario de luna y las gavetas de la cómoda, entró en la alcoba, registró todo como un curial que embarga o inventaría. Isidora en tanto arrojaba las preciosas botas en medio del gabinete, y después hacía lo mismo con su peineta.

Los Samaniegos, oriundos, como los Morenos, del país de Mena también son ciento y la madre. Sin rótulo hay un Samaniego prestamista y medio curial, otro cobrador del Banco, otro que tiene tienda de sedas en la calle de Botoneras y, por fin, varios que son horteras en diferentes tiendas. El Samaniego agente de Bolsa es primo de estos.

La secreta antipatía que inspira el acreedor manifestábase en el alma de Rubín en forma de un odio recóndito, nacido quizás del sentimiento de humillación que producen las deudas a toda persona de amor propio muy susceptible. El tal era Cándido Samaniego, hombre medio curial y medio negociante, en su trato afable, en sus negocios duro.

Ahora estamos en paz dijo riendo Alberto. Puede usted irse, cuando guste, a sus quehaceres. Auvray saludó, recogió su sombrero, saltó al simón, dijo algunas palabras al cochero, y el pesado vehículo partió por el camino de Boulogne. Alberto ofreció al procurador un cigarro y un asiento en su tílburi, e inútil es decir que el curial aceptó ambas cosas.