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Actualizado: 18 de junio de 2025


Muchas veces después me he oído llamar payaso por Gloria, y siempre se lo he agradecido; pero nunca este calificativo me hizo experimentar una sensación más feliz, un transporte tan delicioso como entonces. Salí por la puertecilla en un estado de turbación que hubiera hecho reír a cualquiera. Llegué al comedor, y no comprendí por qué Suárez me dirigía una mirada tan glacial.

¡Don Benito!... exclamó mi tío, con un gesto de impaciencia. ¡Eh! , señor... su dinero... ¡y es una vergüenza ese casamiento, una gran vergüenza! Usted va a ser el hazme reír del mundo. Usted, que ha salido de las garras de una mujer absurda, va a caer en las manos de... ¡Don Benito!... interrumpió mi tío Ramón.

Y ve ahí lo que son las mujeres: me halaga, me lisonjea creer que me ama tanto, y esta creencia es al mismo tiempo causa de mi pena y del remordimiento que me destroza el alma. Nada de fijo; pero en mi cabeza me lo imagino todo. Sin duda él me espiaba, y en la oscuridad de las calles me vio y me reconoció, o me oyó charlar y reír con don Andrés, que me acompañó varias noches.

Estaba tan horroroso, que su primo Miguel, compadeciéndole muy de veras, sintió unos deseos atroces de reír; los cuales, como es natural, trató de contener por cuantos medios estuvieron a su alcance, mordiéndose los labios, mirando hacia otro sitio, etc., etc.

A veces es tal la algazara que mueven, que no se oiría ni el estampido del trueno, puesto que las damas, cuya vivacidad no es refrenada por ninguna consideración ni conveniencia, dicen tales gracias, que hacen reir hasta á las piedras.

En resolución, éste fue el fin de la aventura de la dueña Dolorida, que dio que reír a los duques, no sólo aquel tiempo, sino el de toda su vida, y que contar a Sancho siglos, si los viviera; y, llegándose don Quijote a Sancho, al oído le dijo: -Sancho, pues vos queréis que se os crea lo que habéis visto en el cielo, yo quiero que vos me creáis a lo que vi en la cueva de Montesinos; y no os digo más.

Era un reloj de repetición, y en su presencia era forzoso andar con mucho cuidado, porque en seguida le faltaba tiempo para ir con el cuento a su papá. Días antes había hecho reír al buen señor con esta delación inocente: «Papá, dice D. Manuel que yo salgo a ti... en que guardo todos los cuartos que me dan». Lo que le valió un cariñoso estrujón y un beso de su papá querido.

Fortunata, desde que su tía empezó a hablar, lloraba a lágrima suelta; pero al oír lo de que iban a ser marquesas, una ráfaga de jovialidad pasó por encima de la onda de tristeza, y la joven se echó a reír con la cara anegada en llanto.

Isidora fluctuaba entre el reír y el temer. Se reía y estaba pálida. Después sintió frío. «Yo bien lo que pasará cuando usted llegue al fin de su camino prosiguió él . En vez de quererme entonces como ha prometido, me despreciará... ¡Será usted entonces tan superior a !...». La perfidia en estas palabras era tanta, que no cabía debajo de todos los pliegues del disimulo.

Felipe no sabía qué hacer ni qué excusa presentar; era tan grotesca su actitud y tan francas y ridículas sus palabras, que los demás rompieron a reír estrepitosamente.

Palabra del Dia

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