Vietnam or Thailand ? Vote for the TOP Country of the Week !
Actualizado: 11 de junio de 2025
Fernando seguía a la alemana en la vida de modesto apartamiento que hasta entonces había llevado, tímida y orgullosa a la vez. La noche anterior se había acercado Isidro a él cuando estaba hablando con Mina. Debía recordarle que era uno de los presidentes del comité organizador de las fiestas, y los señores de la comisión reclamaban su presencia antes de terminar el programa.
Recordarle a ella los hechos pasados, cuando su memoria, reavivada por el rencor, se los presentaba día a día, más patentes cuanto más lejanos, tenía razón, muchísima razón: era horrible, era injusto, era inicuo... ella no excusaba a Quilito, pero, en la situación en que se encontraba, había que salvarle, ¿de qué manera? veinticuatro horas hacía que estaba sufriendo esta tortura, y no halló más salida que esa, la más difícil... Y pensarlo bien, ¿no era más humillante que el pagaré cayera en poder de Esteven, quien podía creer que ella y el padre estaban complicados en el enjuague?
No debía recordarle aquello: le causaba vergüenza y repugnancia. Ya no pudieron hablar más. Entró doña Cristina, pero esta vez seguida de su hija y Urquiola. Después de despedir á las amigas, se trasladaban al despacho para sentarse en torno de Sánchez Morueta, interponiéndose entre él y el doctor, como si quisieran evitar todo contacto entre ambos primos.
No estoy para eso.... ¿No ven que he vuelto a la primera edad y que tengo que comer por mano ajena? Angelina parecía haberse olvidado de mí; no me dirigía la palabra, no me miraba, como temerosa de que el anciano sorprendiera nuestro amor. Charlaba alegremente, con ingenuidad de chiquilla, hacía reir al sacerdote, y no cesaba de recordarle cosas y sucesos de otro tiempo.
Había confesado otras dos veces antes de terminar Noviembre, pero no se había decidido a ir a casa de doña Petronila, ni el Magistral se atrevió a recordarle aquella cita.
Al contrario, su mujer tenía buen cuidado de recordarle la hora, ponerle el almuerzo y la ropa a punto para que no se retrasase. Pero aquella bendita afición a modelar el barro enajenaba sus sentidos. Cuando tenía entre manos una obra que le agradase, o no iba al ministerio, o iba tarde.
En secreto, cuando estaban en familia, murmuraban todos de él, le ponían como un trapo, según la expresión vulgar, y esto no dejaba de ser también un placer, o por lo menos, un pie socorrido de conversación: de vez en cuando D. Bernardo le llevaba a su cuarto y le pronunciaba un largo discurso para llamarle al orden y recordarle sus deberes naturales y sociales, la dignidad del caballero, el decoro de la familia, etc., etc.
El Príncipe miró la cara de Ferpierre, casi en actitud de replicar la ironía de la observación; pero luego inclinó la cabeza y en voz baja, con acento de amargura, dijo: ¡Ese sentimiento fue en extremo fatal!... Efectivamente, ¡cuando ya podía creerse libre de mí y pensar en disponer de su vida en otra forma, yo vine a recordarle su antiguo compromiso, el error que debía pesar irreparablemente sobre ella!
Los seis meses de aldea los pasaba mucho mejor, aun con ser aquel lugar el de su antiguo cautiverio y el de la aventura de la barca, y la calumnia subsiguiente. Pero de cuantos podrían recordarle aquella vergüenza, sólo veía ella al señor Iriarte, el hombre del aya, que visitaba a don Carlos y miraba a la niña con ojos de cosechero que se prepara a recoger los frutos.
La idea del dinero que ganaría con el trabajo del momento no le proporcionaba ninguna satisfacción, porque aquella imagen mezquina no hacía más que recordarle de nuevo su infortunio; y esas esperanzas habían sido aplastadas con demasiada violencia por el brusco golpe para que su imaginación se detuviera en la idea de ver acumularse su nuevo tesoro con aquel pequeño comienzo.
Palabra del Dia
Otros Mirando