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Actualizado: 29 de mayo de 2025


Y el rey, por el mismo sitio por donde había ido á la recámara de la reina, se volvió á la suya y al examen de la escopeta vizcaína que tenía aún entre las manos su montero mayor. Vestida, arrojada sobre un lecho, con el rostro vuelto contra la almohada, en una bellísima alcoba, había una mujer.

Introdujeron el primer proyectil en la recámara, mientras el apuntador se esforzaba por distinguir aquel pequeño bastón negro perdido en las ondulaciones del agua. El buque volvió á sufrir otro choque tan rudo como el anterior. Todo él gimió con un estremecimiento agónico. Las planchas temblaban, perdiendo la cohesión que hacía de ellas una sola pieza.

Yo podría justificar, en un caso desgraciado, vuestra presencia en mi recámara; ¿pero cómo podría justificar mi ausencia de palacio, si por desgracia se notaba, ó mi presencia en un lugar extraño si un accidente cualquiera me descubría? Renunciad á ese peligrosísimo medio, y venid; seguid confiando en . MargaritaQuema esas cartas dijo la reina.

Margarita había vuelto á su recámara. Afortunadamente dijo la reina, sentándose de nuevo en el sillón que había ocupado antes , la lucha podrá ser peligrosa, pero hemos apartado de ella la deshonra, gracias á ese noble joven. Noble, y muy noble dijo doña Clara : ¿le ha visto bien vuestra majestad cuando estaba hablando conmigo?

Pero, con todo esto, respondió a Camila que no tuviese pena, que él ordenaría remedio para atajar la insolencia de Leonela. Díjole asimismo lo que, instigado de la furiosa rabia de los celos, había dicho a Anselmo, y cómo estaba concertado de esconderse en la recámara, para ver desde allí a la clara la poca lealtad que ella le guardaba.

Y el rey fijó una mirada vaga en la puerta que correspondía á la recámara de la reina. Aquella mirada hizo sudar á la duquesa. Sabed dijo el rey, acercándose más á doña Juana y en voz sumamente baja que mi confesor ha estado encerrado gran parte de la tarde conmigo. Detúvose el rey, y la duquesa sólo contestó abriendo mucho los ojos, porque no sabía á dónde iba el rey á parar.

Ella era la única que poseía el secreto de mis tristezas; sólo ella sabía darme aliento y ánimo. Frecuentemente me encerraba yo en mi recámara para dar rienda suelta a mis cavilaciones y melancolías. Allí pasaba yo horas y horas. ¿Estás enfermo? me preguntaban las tías. Di que tienes.... «¡Vaya si soy desgraciado! pensaba yo, tendido en el lecho.

No tardaría en llegar el P. Herrera, y, como era posible que Angelina se fuera con él, quería yo gozar de los pocos días de felicidad que me quedaban. La pobre niña no volvió a hablar de viaje. Se apresuró a disponer la recámara de su protector. Convinimos en que mi habitación era la más cómoda, y, aunque las tías se empeñaron en dejarle la suya, decidióse que el huésped ocupara la mía.

12 Mas oyéndolo Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. 14 Entonces los discípulos de Juan vinieron a él, diciendo: ¿Por qué nosotros y los fariseos ayunamos muchas veces, y tus discípulos no ayunan? 15 Y Jesús les dijo: ¿Pueden los hijos the la recamara nuncial tener luto entre tanto que el esposo está con ellos?

Escucha y mira; que esta que pasa es su recámara, y en lugar de acémilas van mercaderes y hombres de negocios que llaman, cargados de cajas de moneda de oro y plata, con reposteros bordados encima con las armas de la Fortuna, que son los cuatro vientos, y un harpón en una torre, moviéndose a todos cuatro, sogas y garrotes del mismo metal que llevan, y, con ir con tanto peso, van descansados, a su parecer.

Palabra del Dia

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