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Actualizado: 21 de mayo de 2025


«¡Sofismas, sofismas! le gritaba de repente el hombre nuevo, como él se decía . Voy a ser padre, y en la casa en que nazca mi hijo no pueden entrar queridas de su padre. Se acabaron las queridas... y, sobre todo, se acabó el dinero. Yo no gastaré ya un cuarto en cosa que no le importa a mi hijo. Todo por él, todo por él. Y se acabó. No hay que darle vueltas. Esto es ser cruel. Esto es ser egoísta.

A los pocos momentos doña Andrea, pálida, sentada ya junto a Leonor, a quien tenía de la mano, pudo por fin hablar. ¡Porque era ceder a cuanto le quedaba de don Manuel, a aquellas noches queridas suyas de silencio, en que su alma, a solas con su amargura y con su niña, recordaba y vivía; porque conforme se había ido apartando de todo, en sus hijas, y en Leonor, como un símbolo de todas ellas, se había refugiado, con la tenacidad de las almas sencillas que no tienen fuerza más que para amor; porque dar a Leonor era como dar todas las luces y todas las rosas de la vida!

¡Juramos, juramos todas! Pueden hacer con nosotras lo que les la gana; permaneceremos fieles. CLEOPATRA. Ahora estoy tranquila por nuestros pobres maridos. ¡Podéis dormir confiados, caros amigos!... Ahora, queridas compatriotas, designemos, conforme al deseo de esos odiosos romanos, una parlamentaria. Irá... ¡Y les sacará a todos los ojos! CLEOPATRA. No; y les dirá a esos cobardes la verdad.

Como se recuerda a las personas más queridas de la familia, así vivieron y viven siempre con dulce memoria en la mente de Barbarita los dos maniquís de tamaño natural vestidos de mandarín que había en la tienda y en los cuales sus ojos aprendieron a ver.

Acordándose entonces del último diálogo que tuvo con su sobrina cuando ella le mandó llamar después de ver a don Juan en la Moncloa, el estanquero pensó: «El grandísimo pillo me busca; tenía razón la chica; pues que iré, y veremos por dónde respira. ¡Canalla...! ¡A ese que no le faltará dinero para tener queridas!» <tb> Son las once Y media de la mañana.

CLEOPATRA. ¡Detenedla! ¿Es posible, Verónica, que ya hayas olvidado a tu pobre marido? VERÓNICA Juro amarle eternamente al pobrecito; pero... ¿por qué no estamos con los romanos? Parecéis turbadas. ¿Qué pasa?... Si no queréis ir a buscarlos, deben venir ellos aquí. No deben ser orgullosos... CLEOPATRA. Bueno, escuchad lo que voy a proponeros, queridas amigas.

Desde los primeros momentos caían como moscas los heridos, y el mismo comandante recibió una fuerte contusión en la pierna, y después un astillazo en la cabeza, que le hizo mucho daño. ¿Pero usted cree que se acobardó, ni que anduvo con ungüentos ni parches? ¡Quiá! Seguía en el alcázar como si tal cosa, aunque personas muy queridas para él caían a su lado para no levantarse más.

Con Espronceda, Ros de Olano, Enrique Gil y Florentino Sanz asistía al cenáculo del café del Príncipe, amable lugar donde se forjaron algunas de esas queridas narraciones que tanto nos han emocionado en nuestros primeros devaneos sentimentales, cuando pasábamos horas enteras devorando las pintorescas ediciones de Gaspar y Roig.

Pero todo aquello duraría poco; y Rosita no estaba tan mal como el médico decía. El de las monjas aseguraba que no, y que sacarla de allí, sola, separarla de sus queridas compañeras, de su vida regular, hubiera sido matarla». Después don Fermín consideró la cuestión desde el punto de vista religioso. «Había algo más que el cuerpo.

Lo primero que os propongo es que juremos no ser nunca infieles a nuestros pobres mariditos. Que hagan con nosotras lo que quieran: siempre permaneceremos firmes, como la Roca Tarpeya. Cuando pienso cómo sufrirá ahora, cómo gritará en vano: «¡Cleopatra! ¿Dónde estás, mi adorada CleopatraCuando pienso lo que me quiere... CLEOPATRA. Juremos, pues, queridas amigas; están esperando.

Palabra del Dia

bagani

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