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Escuchad, queridas amigas, tengo un plan: podemos partir inmediatamente en busca de nuestros maridos. ¡Pero el camino es tan largo y estamos tan cansadas! ¡Tengo los nervios tan excitados! ¡Es natural! ¡Hemos pasado una noche tan horrible! CLEOPATRA. Por eso os propongo que descansemos aquí un par de días. Esto no nos comprometerá a nada.

Entre las muchas queridas pagadas que había tenido, ninguna adquirió tanto ascendiente sobre él como la que tenemos delante. Era ésta una joven de Málaga, llamada Amparo, que hacía tres o cuatro años vendía flores por los teatros y tenía su kiosco en Recoletos. Desde luego llamó la atención por su belleza y desenvoltura y se hizo popular entre los elegantes.

Velarde comprendió al punto todo lo que aquello significaba, el valor inmenso de aquella dicha comprada por ocho cuartos, y una oleada de afectos y sentimientos dormidos se levantó entonces de su corazón, poniéndole de repente delante todo el pasado, con la amargura del bien por nuestra culpa perdido, con la poesía que reviste en la mente de la juventud todo recuerdo, con ese vago hormigueo de sombras queridas que despiertan en la imaginación toda época lejana... En medio estaba su madre, cuyo primogénito era, y en torno sus hermanos pequeñitos, llorando todos, como los había dejado él tres años antes al darles el último abrazo.

Allí se cuentan, con nombre y apellido, las queridas de los hombres de moda; se saca la cuenta de sus hijos naturales; se explica por qué se deshizo el casamiento con fulana, cuánto perdió en el club zutano, por qué se fue a Europa, por qué se vino, a qué mujer enamora actualmente, cómo le hace caso, dónde se ven y hasta en qué casa tienen lugar las citas.

La jovencita, leyendo en el alma de su padre como en la suya propia, comprendiendo su secreta inclinación, segura del afecto del Conde, debía haber sufrido, por esas dos personas queridas, y también algo por misma, ante la idea de que su intimidad de tantos años, pudiera concluir un día, y por lo tanto había aceptado el partido que iba a hacer imperecedera esa relación: no conocía a otros hombres, todavía no sabía establecer las diferencias entre un amor y otro amor, y había consentido.

Pero ¡gran Dios! qué hombre es usted, si no me cree... y si creyéndome persiste en sus designios de odio y de venganza... No, no, no dejará de hacer usted un llamado a su razón, a su justicia y a su lealtad... No quisiera herirle, Dios lo sabe... pero en un interior como el nuestro, en una situación como la mía... ¿qué quiere que una joven haga de su tiempo, de su corazón, de su pensamiento y de su vida?... Usted tiene sus queridas... déjeme siquiera mis amigos... y puede estar seguro de que tendrá que elegir entre los amigos confesados, y los amantes ocultos.

Contemplando las fúnebres alegorías, y leyendo los letreros de las lápidas, que tanto inquietaron mis años infantiles, de nuevo mil incidentes de mi niñez y escuché, una vez más, la voz de personas queridas, entre ellas Angustias, quien me aseguraba dogmáticamente que mis muertos jugaban al ajedrez todas las noches....

Entonces, pasando de la estupidez al furor, sintió que en lo más hondo del pensamiento surgía la idea del crimen, no para cometerlo, sino comprendiendo que en situaciones análogas se den puñaladas y mueran las queridas traidoras a manos de sus amantes. Estaba grandiosamente ridículo.

Nada hay tan dispuesto a perdonar como el corazón de una madre, ni nada tampoco como la ausencia para borrar de la memoria los defectos de las personas queridas, y poner sólo delante sus buenas prendas y los momentos de dicha debidos a su cariño.

¿No retira usted nada de lo que me ha prometido? No, por cierto; guardemos nuestras queridas esperanzas y tengámoslas secretas, ¿verdad? Hubiera yo deseado hacer mis confidencias al Cielo y a la tierra, pero Luciana me hizo observar que la situación de una novia a largo plazo y sin época determinada era embarazosa y algo ridícula.