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Actualizado: 20 de mayo de 2025
"¿Podría asegurarse que la intervención de Zoraida ha sido realmente un mal para mí? José Luis no brilla en mi recuerdo con el prestigio de antes. ¿Volvería a quererle, si las circunstancias lo trajeran otra vez aquí? No lo creo. Aquello ha muerto para siempre.
Aunque procurase todos los medios para alejar de sí tal idea, no podía menos de pensar muy a menudo que María jamás le había profesado un amor sincero y vehemente como el suyo; que había sido su novia por compromiso, por el influjo de las circunstancias especiales en que ambos se encontraban en Nieva; que tal vez ella se había engañado a sí misma, pensando quererle, pues si le hubiese amado realmente, nunca le hubiese venido la idea de meterse en conspiraciones ridículas ni mucho menos en proponerle odiosas traiciones; que María era una joven de mucho talento y gran imaginación, a propósito para brillar en el mundo o para acometer cualquier empresa religiosa o profana, con tal que fuese elevada, pero incapaz, tal vez por lo mismo, de la ternura de sentimientos, de la constancia, de la abnegación modesta y obscura que deben poseer las buenas esposas y madres.
Y sobre aquello de que yo no esté seguro, sino dudoso, no imaginaré ni bordaré nada, dejándolo en cierta penumbra y como entre nubes. Es innegable que Rafaela pagaba a D. Joaquín la posición que le había dado. Por ella andaba él aseado, elegantemente vestido y empleado en negocios importantes que le daban honra y provecho. Ella le cuidaba, le mimaba, mostraba quererle, y, sin duda, le quería.
Lo que hay es que yo se lo quiero dar, porque sé que ha de quererle, y porque es mi amiga... Escriba usted. «Para que se consuele de los tragos amargos que le hace pasar su maridillo, ahí le mando al verdadero Pituso. Este no es falso, es legítimo y natural, como usted verá en su cara. Le suplico...». «Le suplico...». Usted póngalo todo muy clarito, D. Plácido; yo le doy la idea.
Yo soy una pobre aldeana y usted un señorito... Bien sabe que yo no le escuché al principio; pero usted siguió tan humildito y tan bueno que necesitaba ser de piedra para no quererle... cuanto más añadió bajando la voz que usted siempre me gustó mucho. No creas que me voy para siempre: el año que viene, Dios mediante, he de volver. Una voz que sonó arriba los dejó helados de espanto.
Todo ello, expuesto así tan desnudo, resulta cursi, y hasta el detenerme yo a declarar que lo es, pues por sabido debiera callarse; pero de algún modo ha de saberse que otros toques, más cursis aún para referidos, como lo de las condiciones que necesitaba él en una mujer para salir de su escondite, y lo de las prendas de que había de estar adornado un hombre para que yo me decidiera a quererle, etc., etc., ya se habían dado en el cuadro con toda la premeditación y hasta el ensañamiento y la alevosía que caben en un galán muy listo y escarmentado, y en una dama no tonta y menos dispuesta a perder el tiempo en juegos insulsos.
Luego fueron á situarse junto á un templete blanco que se alzaba en el fondo de la avenida. Pues bien, lobo de mar amoroso continuó Freya , no duerma usted, no coma usted, mátese si es su capricho; pero yo no puedo quererle, yo no le querré nunca. Pierda toda esperanza. La vida no es una diversión, y yo tengo otras preocupaciones más graves que absorben todo mi tiempo.
Papá me aconsejó que, de todos modos, me casase con el primo.... Yo seguí el consejo.... Me propuse ser buena, quererle mucho, obedecerle, cuidar de mis hijos.... Dígame usted, Julián, ¿he faltado en algo? Julián cruzó las manos. Sus rodillas se doblaban, y a punto estuvo de hincarlas en tierra. Pronunció con entusiasmo: Usted es un ángel, señorita Marcelina.
Sí, era mejor guardar, de Julio, esta idea pura, despojada de su realidad, apartada de la vida en que toda cosa ideal se anula. La realidad era su novio, Ricardo Muñoz. Se habían comprometido durante la última temporada en las sierras de Córdoba y ella estaba segura de no quererle.
¡Matarse! dijo por fin. ¿No le parece, Rafael, que es una tontería? ¡Y matarse por una mujer! ¡Como si las mujeres tuvieran la obligación de amar a todos los que creen amarlas!... ¡Qué imbécil es el hombre! Hemos de ser sus siervas; hemos de quererle forzosamente, y si no, se mata por fatuidad. Calló unos instantes. ¡Pobre Maquia!
Palabra del Dia
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