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Actualizado: 5 de mayo de 2025


Julieta, que había sabido por multitud de respuestas, arrancadas a su padre, que en la conducta de aquél no había de censurable más que el afán de darse importancia, protestaba contra una medida tan violenta; y doña Juana apoyaba a su hija. Don Simón insistía en sus propósitos, y se abroquelaba en sus indiscutibles derechos.

Precisamente, en el mismo momento el arcángel Miguel, que había venido á visitar á los dos reprobos contra su voluntad, insistió cerca de su divino amo para que diese por terminada la visita. Le era insoportable este capricho del Señor, pero protestaba de él con toda la circunspección de un ministro de la Guerra que lleva muchos siglos acompañando á su soberano.

A me acusaba de adulador y de vil porque no protestaba. No le podía convencer de que una protesta que no sirve mas que para que a uno le castiguen nuevamente, es una necedad. El marsellés, que se llamaba, no si de nombre o de apodo, Tiboulen, era, por otro estilo, un hombre molesto. Lo que en Ugarte era dignidad vidriosa, en Tiboulen era patriotismo y odio a los ingleses.

Había un trajín impaciente de muebles en habitaciones, y cada vez que la madre y la hija se encontraban en medio de tal jaleo, reñían y se increpaban, porque Narcisa, celosa siempre del hermano buen mozo y seductor, opinaba que aquellos eran demasiados preparativos para recibirle, y protestaba con satíricas frases de aquella revolución inusitada. En esto llegó Andrés.

Catalina y la criada entraban por un sendero del jardín lleno de rosales y hacían ramos de flores. Martín las veía y contemplaba la presa, cuyas aguas brillaban al sol como perlas y se deshacían en espumas blanquísimas. Ya andaría por ahí, si tuviera una lancha decía Martín. Catalina protestaba. ¿No se te van a ocurrir más que tonterías siempre? ¿Por qué no eres como los demás chicos?

En efecto, poco sensible a las bellezas de la naturaleza, la indolente criolla, que no hubiera dado dos pasos para admirar el más maravilloso paisaje, no retrocedía ante media legua para ir a ahogarse en una sala de concierto escuchando a algún cantante parisiense mientras protestaba llena de convicción: Es por ti, hija mía, exclusivamente por ti.

Los consejeros de Castillejo seguían, mientras tanto, insinuándole su remedio dulcemente. ¡Si usted quisiera, mi general!... Una palabrita nada más, diga una palabrita, y no volverá á estorbarle ese mozo. Pero Castillejo protestaba con una bondad que metía miedo. La alarma de su recta conciencia era para espeluznar á cualquiera.

«Me está toreando protestaba él mentalmente . Se está divirtiendo conmigo... ¡Ay, si estuviésemos en tierra pudiera dejar de verte! ¡Qué patada te ibas a llevar, hija míaPero estaban en el Océano, encerrados en un espacio de unos centenares de metros. Una cadena irrompible los sujetaba a los dos, y cuando el uno se alejaba, el otro forzosamente iba detrás.

Irritados contra su vejez, intentaron un nuevo esfuerzo; pero la muchedumbre protestaba contra su locura, y cayó sobre ellos, desapareciendo los viejos arrebatados por sus familias. ¡Dejadme, cobardes! ¡Al que me toque, lo mato! rugía el capitán Llovet. Pero por primera vez aquel pueblo, que le adoraba, puso la mano en él.

Palabra del Dia

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