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Actualizado: 5 de mayo de 2025
-Sí doy -respondió don Quijote, que todo lo estaba escuchando-; cuanto más, que el que está encantado, como yo, no tiene libertad para hacer de su persona lo que quisiere, porque el que le encantó le puede hacer que no se mueva de un lugar en tres siglos; y si hubiere huido, le hará volver en volandas. -Y que, pues esto era así, bien podían soltalle, y más, siendo tan en provecho de todos; y del no soltalle les protestaba que no podía dejar de fatigalles el olfato, si de allí no se desviaban.
Era campeón de varias armas, boxeaba, y hasta poseía los golpes favoritos de los paladines que vagan por las fortificaciones. «Inútil y peligroso como todos los zánganos», protestaba el padre. Pero sentía latir en el fondo de su pensamiento una irresistible satisfacción, un orgullo animal, al considerar que este aturdido temible era obra suya.
Los alemanes eran los que pegaban más fuerte. «Con ellos no se juega: son muy brutos.» Y parecían admirar la brutalidad como el más respetable de los méritos. «¿Por qué no dirán eso en su casa, al otro lado de la frontera? protestaba Chichí . ¿Por qué vienen á la del vecino á burlarse de sus preocupaciones?... ¡Y tal vez se creen gentes de buena educación!»
Y así pasaba las tardes, inmóvil y silencioso, tomando mate tras mate, rodeado de familias que le contemplaban con admiración y miedo. Cada vez que subía á caballo para estas correrías, su hija mayor protestaba. «¡A los ochenta y cuatro años! ¿No era mejor que se quedase tranquilamente en casa? Cualquier día iban á lamentar una desgracia...» Y la desgracia vino.
Encarnación aprobaba estas afirmaciones con rudos gestos de su rostro hermosote y bravío, contenta de poder expresarse contra aquel hermano que le inspiraba cierta envidia por su buena fortuna. Sí; siempre había sido un sinvergüenza. Pero la madre protestaba. Eso no; que yo conozco a la niña, y su probe mare fue compañera mía en la Fábrica.
Pero el cuñado protestaba con grandes aspavientos al oír esto. ¡Qué barbariá! ¡Lo que sois las mujeres!
Así era el turno pacífico en Vetusta, a pesar de las apariencias de encarnizada discordia. Los soldados de fila, como se llamaban ellos, se apaleaban allá en las aldeas, y los jefes se entendían, eran uña y carne. Los más listos algo sospechaban, pero no se protestaba, se procuraba sacar tajada doble, aprovechando el secreto.
Montaner irritado de tanta insolencia, perdió el sufrimiento, y respondió con valor: Que la guerra que les denunciaba de parte de su república era injusta, y que así protestaba delante de Dios, y por la fé comun que procesaban, que todos los daños, derramamiento de sangre, robos, incendios, y muertes serian por su causa, porque ellos forzosamente se habian de oponer á tan injusta ofensa.
Los soldaditos, pálidos, con la boca apretada, descansando sobre sus fusiles entre las pedradas y los tiros de revólver, daban frente á la gran masa que protestaba contra la romería. Llegaban para guardar el orden, pero sus ojos iban instintivamente hacia la muchedumbre devota, como si deseasen girar sobre sus talones y hacer fuego apuntando á la iglesia.
Pero aun en estado de embriaguez se guardaba de decir nada excesivo, y no protestaba contra nada. En fin, hay hombres que creen en Dios y los hay que no creen. ¿Y él? «Veamos. ¿Existe Dios? ¿Sí o no? No lo sé, no sé nada. ¿Y yo? ¿Existo yo?» Krilov siente un escalofrío: ni siquiera tiene una idea clara de si existe o no existe.
Palabra del Dia
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