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, señora, mucha... Pero aquello también es bonito. ¿Lo encuentra usted así? ¡Ay, pobrecito, cómo quiere a su patria! Y volvió los ojos hacia D. Oscar, para hacerle participe de la compasión que sentía, no si por o por Galicia, o por ambos a la vez. Doña Tula, en su acento, era una andaluza más cerrada, si cabe, que Gloria.

No cuentes conmigo para nada. Si antes no te quería porque eras una manirrota, menos te querré ahora que eres una... no lo quiero decir. El único que podía esperar algo de es ese pobrecito. Los cuatro cuartos que tengo eran para él; pero ahora... se acabó. Nada espero y en nada confío.

Sus ojos volvieron á humedecerse. ¡Echar á ese pobrecito!... no puedes comprender ciertas cosas; mandas en los afectos con la misma arrogancia que disponías antes de las personas. ¿Crees que puedo abandonarlo? Soy su madre á pesar de todo, y una madre ya sabes cómo tolera y perdona. El infeliz no tiene la culpa de sus malos pensamientos: fuiste quien se los sugirió.

Y no es que intente echarle en cara el no haberme ayudado. ¡Ave María! Usted no pagó su parte porque no pudo... pero yo me voy. Meteré los libros en cualquier sitio: me los guardará ese señor sacerdote que usted ha visto algunas veces. Viviré con el pobrecito zapatero; él y su familia desean tenerme con ellos; cuidarme un poco, que bien lo necesito.

El de abajo era el nuevo, el de los días de fiesta y lo desenfundaba cuando iba a Jerez. En los días de labor, no osaba dejarlo en el cortijo por miedo a los compañeros, que se permitían toda clase de burlas con él porque era «un pobrecito gitano», y lo cubría con el viejo para que no perdiese el color gris y sedoso que era su orgullo.

En cuantito lo sepa la madre, ya le está a usted llamando... váyase, váyase, criatura, si no quiere que le secuestren. Le repito que tendré mucho gusto en ello. Aquí aguardo a que me llame. La hermana entró en el cuarto, y salió a los pocos momentos. ¡No se lo decía! exclamó. Entre, entre, pobrecito, y no eche la culpa a nadie, que usted se la ha tenido. Y al mismo tiempo me empujaba suavemente.

Misia Gregoria halló, en su amor de madre, fuerzas para decir: Eso no, Bernardino, ¡pobrecito! la verdad es que él no tiene la culpa; todos han hecho lo mismo: ahí está el hijo de la cuñada de Eneene, que la ha dejado en la calle, y el doctorcito ese que te hace la corte para que le hagas nombrar diputado, se ha comido en la Bolsa toda la fortuna, muy seria, por cierto, de su hermana viuda, aquella tan festejada y codiciada, la que se ve hoy en el caso de pedir dinero a interés a don Raimundo Portas, para poder vivir.

547 Se le pasmó la virgüela, y el pobre estaba en un grito; me recomendó un hijito que en su pago había dejado: "Ha quedado abandonado". Me dijo, "Aquel pobrecito". 548 "Si vuelve, búsquemeló", me repetía a media voz; "En el mundo eramos dos, pues él ya no tiene madre; que sepa el fin de su padre y encomiende mi alma a Dios".

«Señora, no mienta usted. ¡Pues si está dos horas lo menos todas las noches sentada a la ventana hablando conmigoEsto me apeteció decirle, pero me lo guardé. En su lugar pregunté, afectando cada vez más indiferencia: ¿Hace muchos años que es usted viuda? ¡Oh! , bastantes. Mi marido tenía el pobrecito un genio demasiado vivo para poder vivir mucho tiempo.

Tus hijos están bien todos, Pepa... Sólo Perico, el chiquitín, ha tenido últimamente escarlatina o sarampión... ¡El pobrecito está muy débil y no tiene quien lo cuide!... La que está hecha una señorita es tu hija mayor, la Pepeta.