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Eres una manirrota la decía , como toda tu casta, y vas a dejar a tu hija en la miseria, después de quererla tanto, o te falta juicio, o te sobra amor. Elige. Me falta juicio respondió la marquesa. Pues recóbrale. Que me le devuelva quien me enseñó a perderle. No te canses en predicarme, porque por donde quiera que tomes el punto, estás desautorizado para ello.

No cuentes conmigo para nada. Si antes no te quería porque eras una manirrota, menos te querré ahora que eres una... no lo quiero decir. El único que podía esperar algo de es ese pobrecito. Los cuatro cuartos que tengo eran para él; pero ahora... se acabó. Nada espero y en nada confío.

Por de pronto, es manirrota para el dinero, y mayores son las ansias que siente de gastarlo, cuanto más negras las dificultades que la pinta Simón, el sempiterno mayordomo de la casa. Al principio andaba por ella Pepe Guzmán anticipándose delicadamente a las grandes crisis; pero llegó a parecerle un tantico pesada la delicadeza, y se dedicó a viajar más a menudo y más largamente que antes.

El pobre Manuel no acertaba con la explicación de lo que entre ambos ocurría. Felisa era elegantísima; gustábale todo lo artístico y lujoso, pero no pecaba de manirrota ni derrochadora. Según ella, con lo que habían de reunir al casarse, tendrían más de lo necesario: no había, pues, que atribuir a codicia el origen de aquella resistencia.

Amiga del boato, manirrota, terca y regañona, atosigaba al pobrete del marido con exigencias de dinero; y aquello no era casa, ni hogar, ni Cristo que lo fundó, sino trasunto vivo del infierno. Ni se daba escobada, ni se zurcían las calcetas del pagano, ni se cuidaba del puchero, y todo, en fin, andaba a la bolina. Madama no pensaba sino en dijes y faralares, en bebendurrias y paseos.

Véase si no continuaba lo que salta a los ojos, a los del alma quiero decir, de toda persona de gusto. ¡Malhaya el dignísimo Obispo, salvo el respeto debido, malhaya el dignísimo Obispo don García Madrejón que consintió este confuso acervo de adornos y follajes, quinta esencia de lo barroco, de la profusión manirrota y de la falsedad.

¿Verdad, Mario, que no has pedido dinero? ¿que es esta manirrota la que se vale de tu nombre para sacarme los cuartos? El pobre no se atrevía a contradecirla y se resignaba a andar con el bolsillo vacío. Hubo necesidad de dejar la guardilla que le servía de taller.

Tenía ante él una buena madre, una excelente dueña de casa, algo manirrota en sus gastos, pero muy interesada en que los negocios prosperasen: una meticulosa administradora del hogar, que tomaba las cuentas de la servidumbre con la misma minuciosidad que cuando vivía en el arruinado caserón de Durango, y al mismo tiempo sacaba miles de duros de la caja de su marido para restaurar una capilla que fuese más suntuosa que la costeada por alguna de las señoras que se codeaban con ella, en las Hijas de María ó en el salón de visitas de los padres de la Compañía.