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Lo más peregrino es que aquella caballería, toda ignorancia y rudeza, tenía un notable instinto de la postura, sentía hondamente la facha del personaje, y sabía traducirla con el gesto y la expresión de su admirable rostro. Pero en aquella sazón, todo esto era futuro y sólo se presentaba a la mente embrutecida de Platón como presentimiento indeciso de glorias y bienandanza.

Alejandro, Tácito, Sócrates, Platon, Herodoto, Napoleon, Tito-Livio, Colon, Bolívar, han sido poetas á su manera, y si no escribieron poemas, fué porque dieron otra direccion á las fuerzas poéticas de que podian disponer. El primero, las aplicó á las grandes conquistas civilizadoras; el segundo, á las pinturas dramáticas que lo han inmortalizado.

Por eso Platón los desterró prudentemente de la suya, ya fuese por precaución, ya fundado en el refrán que reza: el loco por la pena es cuerdo. Hechas las anteriores reflexiones, todavía en vez de ver claro este asunto le veo obscuro y contradictorio.

Oía Fortunata los ronquidos del venerable Platón, cual monólogo de un cerdo, y sentía también los paseos de Ido, y algún monosílabo ininteligible, suspiros que parecían ayes de pena o invocaciones poéticas; y cuando el profesor llegaba en su deambulación febril a la puerta de la alcoba, creía distinguir sus manos o parte de un brazo que subían hasta cerca del techo.

Comentando, explicando e interpretando los antiguos filósofos, como Platón y Aristóteles, se formaba una nueva filosofía, se abrían esplendidos y dilatados horizontes, y se descubrían caminos y términos con los que Aristóteles y Platón jamás habían soñado.

¿Pero qué nombre le daremos? dijo el juez. Con un derroche de alusiva erudición, hubo un tiroteo de Erebo, Nox, Platón, Terracota, Anteo, etc., etc. Por último, dejamos que decidiera nuestro huésped la cuestión. ¿No ha nacido de De-Hinchú? ¿Pues por qué no darle su propio nombre? dijo tranquilamente. Y así se hizo.

Antes, cuando se veía a Belarmino, había que pensar: San Francisco, el de Asís, debía de ser una persona semejante, en el rostro. Ahora, Belarmino era cabalmente el remedo animado del San Francisco, de Luca de la Robbia; puras y pueriles facciones, ojos vitrificados, anchas las sienes. También Platón tenía las sienes anchas.

Desde su alcoba, donde continuaba encamada, Fortunata se reía de las ocurrencias de Segismundo buscándole la lengua a Platón y a Ido del Sagrario, a quien solía llamar maestro. Siempre que iba por las noches el farmacéutico, les encontraba infaliblemente y se divertía con ellos lo indecible. Mucho agradecía la desdichada joven aquellas visitas.

Ni con fábulas de Esopo, ni con citas de Platón, ni de manera alguna, por indirecta que sea, consentiré en adelante que, estando yo presente, y aun cuando no esté yo presente, pongas en solfa mi amistad con doña Beatriz. Si llego a saber que hablas otra vez de ella, que aludes a ella, que te burlas de su marido, lo sentiré mucho, pero te romperé la crisma.

El curso de los siglos podia desarrollar y perfeccionar las formas del mono, é igualarlas con las vuestras; podia desarrollar y perfeccionar su masa cerebral de tal suerte que de los descendientes de ese mono que os divierte con sus movimientos extravagantes y sus actitudes ridículas, nacieran hombres como Platon, san Agustin, Leibnitz ó Bossuet.