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Actualizado: 10 de junio de 2025


No llegaba él hasta esperar que disculpara sus amores con Serafina; era, por el contrario, indispensable, que no supiera de ellos; pero todo lo demás, ¿por qué no? Es decir, lo de las deudas y el dinero prestado, tampoco. Miraba a Emma; después miró al tío: o no había honradez y franqueza y lealtad en el mundo, o estaban pintadas en la cara, y especialmente en los ojos de tío y sobrina.

11 Y lo vio su hermana Aholiba, y corrompió su amor más que ella; y sus fornicaciones, más que las fornicaciones de su hermana. 15 ceñidos de talabartes por sus lomos, y mitras pintadas en sus cabezas, teniendo todos ellos parecer de capitanes, a la manera de los hombres de Babilonia, nacidos en tierra de caldeos,

El chino ligero, que vive de pescado y arroz, hace su casa de tabla y de bambú. El japonés vive tallando el marfil, en sus casas de estera y tabloncillo. Allí se ve donde habitan ahora los pueblos salvajes, el esquimal en su casa redonda de hielo, en su tienda de pieles pintadas el indio norteamericano: pintadas de animales raros y hombres de cara redonda, como los que pintan los niños.

Compró varias casas viejas, una de ellas la misma en cuyo portal trabajaba el remendón, las echó abajo, y comenzó a levantar un edificio que había de ser de blancas paredes, con rejas pintadas de verde, vestíbulo chapado de azulejos y cancela de hierro de menuda labor, al través de la cual se vería el patio con su fuente en medio y sus columnas de mármol, entre las cuales penderían jaulas doradas con parleros pájaros.

La gente necesitaba pensar en su propia suerte; el peligro no dejaba tiempo para mirar el exterior. ¡Pobres vírgenes locas! ¡Infelices muñecas de París arrebatadas por la tempestad cuando daban vueltas y sonreían con sus bocas pintadas, á los sones de una cajita de música!...

Vi la inundación. Aquello es un arrabal de gentes muy pobres, que viven en ranchos o en casitas hechas casi todas con planchas de cinc y pintadas de verde y de rojo. Estas desaparecían bajo la llanura de agua; sólo asomaban algunos techos, que se iban poco a poco achicando.

En todas partes hallábamos puertas de cuarterones, unas recién pintadas, descoloridas y apolilladas otras, numeradas todas; mas en ninguna descubrimos el guarismo que buscábamos. En esta veíamos pendiente un lujoso cordón de seda, despojo de la tapicería palaciega; en aquella un deshilachado cordel.

El gigante está sentado en el pico de un monte, con una cosa revuelta, como las nubes, del cielo, encima de la cabeza: no tiene más que un ojo, encima de la nariz: está vestido con un blusón, como los pastores, un blusón verde, lo mismo que el campo, con estrellas pintadas, de plata y de oro y la barba es muy larga, muy larga, que llega al pie del monte: y por cada mechón de la barba va subiendo un hombre, como sube la cuerda para ir al trapecio el hombre del circo. ¡Oh, eso no se puede ver de lejos!

Pasado el primer instante de estupor, lo que primero fue observado por Marianela, causándole gran confusión, fue que la bella Virgen tenía una corbata azul en su garganta, adorno que ella no había visto jamás en las Vírgenes soñadas ni en las pintadas.

Se le llamaba «el cuarto de la plancha», porque, en efecto, allí se planchaba la ropa de la casa. Las paredes que no ocupaban los armarios estaban pintadas lisamente de blanco. Carmen entró como un huracán por la puerta gritando: ¡Señorita Marta, señorita Marta! ¿Qué sucede? preguntó ésta con sobresalto. ¡Que el Menino se ha escapado, señorita!

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