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Actualizado: 3 de julio de 2025


Hablamos cuatro palabras nada más; y volví y me colé en la casa; y me hice amigo de la tía y hablamos; y una tarde salió el picador de entre un montón de banastas donde estaba durmiendo la siesta, todo lleno de plumas, y llegándose a me echó la zarpa, quiero decir, que me dio la manaza y yo se la tomé, y me convidó a unas copas, y acepté y bebimos.

De esta entrevista quedaron reconciliados la pitillera y el picador, que la acompañó algunas veces por la cuesta de San Hilario abajo, sin renovar sus pretensiones amorosas. El Carnaval de las cigarreras Unos días antes de Carnavales se anuncia en la Fábrica la llegada del tiempo loco por bromas de buen género que se dan entre las operarias.

Otros empleados de la plaza corrían de un lado a otro con grandes espuertas de arena, arrojándola a montones sobre los charcos de sangre y los cadáveres de los caballos. El público estaba de pie, gesticulando y vociferando. Sentíase entusiasmado por la fiereza de la bestia y protestaba de que en el redondel no quedase ni un picador, gritando a coro: «¡Caballos! ¡caballos

No es fácil cogerle, y er que se la hase se la paga. El picador intervino antes de que hablase su maestro. Plumitas, no seas bruto. Aquí estás entre camarás, mientras te portes bien y haiga desensia. Y súbitamente tranquilizado, el bandido habló de su jaca al picador, encareciendo sus méritos.

Así es que no se encarnizó en este primer ataque, sino que embistió al segundo picador. Este no le aguardaba tan prevenido como su antecesor, y el puyazo no fue tan derecho ni tan firme; así fue que hirió al animal sin detenerlo. Las astas desaparecieron en el cuerpo del caballo, que cayó al suelo.

Ellos sirven de diversión en las convulsiones y estertores de la agonía; derraman por la arena su sangre y sus entrañas; se pisan al andar el redaño y los sueltos intestinos, y andan, no obstante, a fuerza de los espolazos del picador y en virtud de los palos que sacude en sus descarnados lomos un fiero ganapán, quien innoble y grotescamente va por detrás dando aquella paliza, a fin de aumentar el dolor y sacar del dolor un resto de movimiento y de energía en un ser moribundo, que, si no tiene pensamiento, tiene nervios y siente como nosotros.

Pero ¡mardita sea! dijo el picador . ¡Quítate ese chisme de entre las roíllas! ¿No ves que me está apuntando y que puee ocurrí una desgrasia? La carabina del bandido, ladeada entre sus piernas, dirigía su negro agujero hacia el picador. ¡Cuerga eso, malaje! insistió éste . ¿Es que lo nesesitas pa comé? Bien está así.

También estaba en pie el picador, agitándose entre los brazos de los chulos, furioso contra el toro y queriendo evitar a viva fuerza, con ciega temeridad, y a pesar del aturdimiento de la caída, volver a montar y continuar el ataque. Fue imposible disuadirle; y volvió, en efecto, a montar sobre la pobre víctima, hundiéndole las espuelas en sus destrozados ijares.

Le tenía miedo al vino: había perdido la costumbre de beberlo. En el campo no siempre lo encontraba. Además, el vino era el peor enemigo para un hombre como él, que necesitaba vivir muy despierto y en guardia. Pero aquí estás entre amigos decía el picador . Haste cuenta, Plumitas, que estás en Seviya bajo el mismisimo manto de la Virgen de la Macarena.

Tié güena boca, güenas piernas... Te saliste con la tuya. Que lo aparten. Y el picador se apeaba, dispuesto a aceptar todo lo que le presentase el contratista luego de su aparte misterioso. Gallardo se separó del grupo de aficionados que presenciaban sonrientes esta operación. Un portero de la plaza iba con él hacia donde estaban los toros. Atravesó una puertecilla, saliendo a los corrales.

Palabra del Dia

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