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Actualizado: 3 de julio de 2025
Sobre que ese Pepe Vera nació de pie dijo uno de sus compañeros. ¡Tiene más suerte que quiere! Como que hoy por hoy, no la cambio por un imperio repuso el torero. ¿Pero qué dice a eso el marido? preguntó un picador, que contaba más años que todos los demás de la cuadrilla. ¿El marido? respondió el torero . No conozco a su mercé sino para servirlo. Pepe Vera no se las aviene sino con toros bravos.
La gente abría paso con curiosidad cada vez que algún picador empaquetado sobre la silla y con el mozo a la grupa pasaba montado en su jaco huesoso y macilento, que le llevaba hacia la plaza con un trotecillo cochinero.
Al ir a tomar el vaso, Plumitas se vio embarazado por la carabina, que conservaba entre las rodillas. Eja eso, hombre dijo el picador . ¿Es que guardas er chisme hasta cuando vas de visita? El bandido se puso serio. Bien estaba así: era su costumbre. El rifle le acompañaba siempre, hasta cuando dormía.
Gastaba la barba cerrada, pero en aquel momento la estaba modificando, dejándose unas patillas de picador muy cucas.
El segundo artista era un picador de rara y grande capacidad, que acababa de retirarse del servicio después de hecha su fortuna.
Todavía vaciló: crecieron los recios y penetrantes silbidos; entonces se precipitó, con una prontitud que parecía incompatible con su peso y su volumen, hacia el picador. Pero retrocedió al sentir el dolor que le produjo la puya de la garrocha en el morrillo. Era un animal aturdido, de los que se llaman en el lenguaje tauromáquico, boyantes.
El lugar era ignominioso: un café con tabladillo para cantadores, banquetas más destripadas que caballo de picador, el techo ennegrecido a fuerza de humo, el ambiente apestando a tabaco de colillas, el piso escurridizo y viscoso de saliva; al fondo, un mostrador lleno de vasijas sucias y, en último término, una entre cocina y cueva, especie de laboratorio infernal consagrado al dios Cólico. El local casi desierto. Sólo en un rincón una pareja de chula y chulo, a quienes se oía decir:
Gallardo, ansioso de atraerse la simpatía del público, iba de un lado a otro, y consiguió un gran aplauso tirando de la cola al toro para librar a un picador que estaba en el suelo, próximo a ser enganchado. Mientras banderilleaban, Gallardo, apoyado en la valla, paseaba su vista por los palcos. Debía estar en ellos doña Sol.
¡Por Santiago! ¡qué brincos! ¡qué mugidos! ¡bravo, toro! el picador rueda derribado; su valiente caballo tiene el flanco abierto; sus entrañas salen entre torrentes de sangre. Da algunos pasos... cae... y muere... ¡Bien, compadre de los cuernos agudos, bien! por eso oyes resonar los pataleos y los gritos de una alegría frenética. Yo le digo aún: ¡como hay Dios! ¡será una hermosa corrida!
Como el escombro de caballo en que anda tiene los ojos vendados y no puede defenderse, por falta de fuerza y agilidad, cuando la púa del picador no resiste para contener el empuje del toro, este se aboca sobre el miserable rocin, le hunde las hastas aguzadas en el pecho y el vientre, lo despedaza y lo lanza á algunos pasos de distancia; quedando el picador tendido en el suelo, sin defensa, bajo la sangrienta y confusa mole del caballo y el toro.
Palabra del Dia
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