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Actualizado: 18 de mayo de 2025


Apenas se descubrían los picachos de la Sierra, dibujándose sobre un claro de cielo, en el cual centellaban con pálidos fulgores unas cuantas estrellas. Mi pensamiento voló en busca de mi Angelina. Me levanté muy de mañana, y me pasé las primeras horas en el jardincillo.

Al derredor de esos sencillos cuadros de verdura se levantan en completa circunferencia estupendas moles de granito del aspecto y la tinta mas singulares; todas abruptas, ásperas; con arrugas y grietas enormes, unas cenicientas y opacas, otras del color del estaño con un brillo triste, otras negras ó pardas, presentando los mas curiosos juegos de luz y sombra, según la inclinación del sol; y ya redondeadas en las cimas, ya en picachos extravagantes, en agujas ó conos truncados, ó en filas circulares y dentelladas que remedan estupendas coronas de hierro.

Fundidos así los dos conos, formaron una gigantesca columna, la cual, girando al mismo tiempo vertiginosamente sobre su eje, vino avanzando hacia el valle y llegó a él y le atravesó a lo ancho, tocando casi el suelo con su base y elevando el capitel enorme por encima de los más altos picachos del Este.

Algo debió usted conocer en mis ojos, porque se sonrió y me saludó con la mano. ¡Pobre Pedro! Los perros no olvidan la mano que les ha acariciado una vez. El hombre que olvida los beneficios es peor que un perro. Después que yo me fuí has estado en el servicio, ¿verdad? , señora; me tocó la suerte. Cuando me marché, la víspera de San Antonio, creí que todos estos picachos se me venían encima.

Echaban de menos mis pulmones el aire rico y puro de la montaña, cuando se henchían del espeso y mal oliente de los grandes centros recreativos atestados de luces y de gentes; y andaba con la cabeza muy alta aun por los sitios más espaciosos, por la costumbre de buscar la luz por encima de los montes; antojábanseme las calles hormigueros y no viendo en ellas más que las obras y los fines de la ambición humana, cuando elevaba mi vista más allá de los aleros que asombraban la rendija de la calle, no descubría siempre la imagen de Dios, o la veía menos grande que la que me reflejaban forzosamente los gigantescos picachos de Tablanca en cuanto clavaba mis ojos en ellos.

Clareaba el alba en la cima de los montes, y sobre la esplendorosa claridad del sol naciente se dibujaban los perfiles boscosos de los cerros de Villaverde, las grandes moles de la cordillera meridional, y las montañas de Pluviosilla envueltas en los vapores matinales que parecían gasas hechas girones en los picachos.

En el ínterin, mucha leña a mano y buena lumbre sin cesar. Antes de salir de la cocina, miré por los cristalejos de la puerta que da al balconazo de aquella fachada, y vi que continuaban ennegreciéndose los celajes y que ya blanqueaban un poco los picachos de enfrente y hasta las praderas del valle por algunos sitios.

Las casas medio sepultadas echaban a duras penas por su chimenea, cubierta de finas cremas y cristalinos picachos, un chorro de humo que subía lentamente a manchar el cielo y se resolvía en el pesado gris de la atmósfera como masas de tinta arrojadas en un inmenso mar de almidón.

Me hacía el efecto aquella vasta mancha verde, fina y jugosa, iluminada entonces casi de frente por un rayo de sol, de un remiendo de terciopelo riquísimo en un vestido de tosco sayal. Formando ángulo con esta montaña y quedando un boquete entre las dos, terminaba, coronada de crestas y picachos, la que descendía por el Este de la casa rozándola el costado con sus bardales.

Muy cerca del puente, sobre el puerto mismo, se levanta la linda cúpula dorada de la Torré-de-Oro, que parece cubierta de escamas relucientes. Al pié mismo de la torre de la Giralda veiamos la masa estupenda y romántica de la catedral, cuyas formas góticas y color sombrío la hacian parecer una montaña de granito despedazada en cien picachos, agujas, arcos atrevidos y enormes grietas.

Palabra del Dia

hociquea

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