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Actualizado: 26 de junio de 2025
Además, aquello le parecía a él mismo tan increíble, que no se atrevía a abrir la boca. Y cuando se acostó en el pesebre que le servía de cama, en medio del establo, acabó por convencerse que Yégof había en otro tiempo domesticado una camada de lobos y que hablaba con ellos de sus desvaríos, como a veces se habla a un perro.
Al cabo, aburrido de tanta perplejidad, resolvió dejarlo en la cuadra bien cerca de la puerta para poder tomarlo al instante cuando le pluguiese. Antes de salir le dió pienso. Lucero quedó maravillado de la enorme cantidad de cebada que le echó en el pesebre. ¡Este chico se va á arruinar! Con tanta cebada había para seis veces.
Frescas por el corto descanso y mecidas por la dulce ilusión de alcanzar presto el pesebre, corrían las jacas sobre el campo con creciente brío sin ayuda de espuelas. Ellos, con el corazón henchido aún por la suavidad que aquellos instantes felices habían dejado en él, sonreían vagamente, aspiraban con deleite el aliento embalsamado del crepúsculo.
El portal de Belén era grandiosa fábrica greco-romana de corcho con sus columnas estriadas: dentro estaba el pesebre guarnecido de verdadera paja y sobre ella el Niño Jesús enteramente desnudo y boca arriba, a sus lados el buey y la mula esculpidos con rigidez hierática, y delante, colocados en adoración, San José con traje amarillo, y la Virgen con manto más brillante y rojo que un pimiento, ambas cabezas coronadas por descomunales resplandores en que se habían derrochado panes de oro.
La comitiva siente casi al mismo tiempo un leve temblor de frío; las señoras se embozan en los chales y tiran hacia sí las pieles que cubren sus rodillas; los caballeros se esfuerzan en meterse los abrigos y agitan los brazos en el aire como aspas de molino; piafan los caballos pensando en las próximas dulzuras del pesebre, y los aurigas chasquean el látigo enderezándolos ya hacia la ciudad.
Le quería dar un beso. Sabel salió y volvió con el chiquillo agarrado a sus sayas. Le había encontrado escondido en el pesebre de las vacas, su rincón favorito, y el diablillo traía los rizos entretejidos con hierba y flores silvestres. Estaba precioso. Hasta la venda de la descalabradura le asemejaba al Amor. Julián le levantó en peso, besándole en ambos carrillos.
Me sentía a mi gusto en la litera elástica y flexible, entre los cascos de mis caballos predilectos, que nunca me hacían daño; o bien me trepaba al pesebre donde permanecía horas enteras mirándome en los ojos pardos de mis queridos amigos. Pero el nicho del perro era el lugar donde mejor me hallaba.
Ponga todo hombre la acerada silla Entre los mismos palos del pesebre, Porque en diciendo la trompeta "ensilla", Hasta el caballo la cadena quiebre. Esté la lanza donde pueda asilla, Con que en el campo su valor celebre, Y el arnés que no falte hebilla o perno, Que se vista mejor que algodón tierno.
Cayó sobre aquel forraje de la ensalada, e inclinaba la cara sobre ella como el bruto sobre la cavidad del pesebre lleno de yerba. «Le diré a usted, tía murmuraba con el gruñido que la masticación le permitía . Yo no soy de mucho comer, aunque lo parezca». Podías serlo más. Come, hijo, que el comer no es pecado gordo. Le diré a usted, tía...
Abrese de nuevo el fondo, y la Virgen aparece de rodillas adorando al niño Jesús; las cuatro virtudes, representadas por las cuatro doncellas, cantan un salmo, y un ángel despierta á los pastores dormidos para anunciarles el nacimiento del Hijo de Dios. El auto termina con cantos y bailes de los pastores alrededor del pesebre.
Palabra del Dia
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