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Actualizado: 25 de junio de 2025


A la sazón, estaba «poniendo los puntos» a una morena muy agraciada, hija del sereno Maroto, que vendía pescado en la plaza y se llamaba Ramona, la misma a quien tal vez recuerde el lector que Periquito había dicho en la cazuela del teatro: «Ramona, te amo» con gran regocijo de Piscis y Pablo. Cuando llegó la hora de venir a la Nozaleda, se empeñó en llevarla a caballo delante de él.

El señor Domet respondió a todo alegremente, rápidamente, con ese buen humor de las personas de edad que es el fruto de una vida tranquila. Pero no estaba completamente tranquilo y se removía en su sillón como un pescado en la sartén.

Tenían estas carnes la densidad de las cosas inanimadas: una dureza de piedra. Daban la sensación a la vista y al tacto de enormes mazas prehistóricas, con las cuales se podía hendir el cráneo de un elefante. La sala del pescado es un paisaje polar. Rocas de hielo amontonadas, y en el interior de estas masas de cristal turbio están los peces de mil formas.

A dicha, acertó a ser viernes aquel día, y no había en toda la venta sino unas raciones de un pescado que en Castilla llaman abadejo, y en Andalucía bacallao, y en otras partes curadillo, y en otras truchuela. Preguntáronle si por ventura comería su merced truchuela, que no había otro pescado que dalle a comer.

No volveré á Southampton sin ofrecer un cirio de cinco libras al buen San Cristóbal en la capilla del convento. Vaya, pues me alegro, comentó Sir Oliver, porque á la verdad prefiero morir enjuto, por más que después de haber comido tanto pescado en esta vida, sería muy justo que los peces me comiesen á . Y ya que de comer se trata, á mi cámara me vuelvo....

Pero en don Federico se cumplió aquello de que quien tarde casa, mal casa. No me asombro repuso Ramón Pérez de que don Federico la quiera, sino de que Marisalada quiera a ese desgavilado, que tiene pelo de lino, cara de manzana y ojos de pescado. Que no haya tenido presente esa ingrata de que ¡quien lejos se va a casar, o va engañado, o va a engañar!

Teresa se llamaba mi madre, y la veneracion y el respeto que debo á ese nombre, me decidieron repentinamente. Tiré del brazo á mi compañera, que comprendió luego mi intencion y aprobó mi idea con alegría, porque siente hácia mi buena madre el mismo respeto que yo. Comimos una sopa, dos platos de carne, uno de pescado, otro de verdura y unas fresas.

Recordaba con verdadero deleite, con fruición sin igual, un pedazo de lomo asado, ó un pollo especial, ó un pavo digno de particular elogio, ó un pescado notable, ú otro manjar cualquiera que adornó su mesa allá en los días de su primera juventud; mientras los grandes acontecimientos de que había sido teatro el mundo durante los largos años de su existencia, habían pasado por él como pasa la brisa, sin dejar la menor huella.

Cerca del pueblo, algunos pescadores de caña, se pasaban la tarde sentados en la orilla y las lavanderas, con las piernas desnudas metidas en el río, sacudían las ropas y cantaban. Tellagorri conocía de lejos a los pescadores. Allí están Tal y Tal, decía . Seguramente no han pescado nada.

contenta a Masicas, y yo te dejaré ir, que por gusto a nadie le hago daño. Dime qué pescado le gusta más a tu mujer. Pues el que haya, camarón, que los pobres no escogen: lo que has de hacer es que no vuelva yo con el morral vacío. Pues ponme en la yerba, mete en el charco tu morral abierto, y di: «¡Peces, al morral!» Y tantos peces entraron en el morral que casi se le iba Loppi de las manos.

Palabra del Dia

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