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Actualizado: 4 de septiembre de 2025
También le dolía en el alma una separación así, sin despedida; pero no tenía valor para intentarla, y nosotros nos guardábamos muy bien de estimularle a vencer sus resistencias: al contrario, le manteníamos en ellas pintándoselas como muy justificables, y encomendábamos a los que de ordinario le acompañaban en la cocina la caritativa labor de entretenerle y animarle, como hacíamos a menudo el médico y yo con Mari-Pepa y Lituca, que no le perdían de vista ni desconocían la importancia de aquella crisis excepcional, a una edad y un temperamento como los suyos.
Los valles que se perdían de vista, los bosques inmensos, los estanques lejanos de la Lorena, la cinta azul del Rin a la derecha, todo aquel gran espectáculo las maravillaba, y la labradora dijo con profundo recogimiento: Juan Claudio: aquel que ha levantado esta peña hasta el cielo, que ha abierto esos valles, que ha sembrado esos montes de brezos y musgos, ése puede hacernos la justicia que merezcamos.
Águilas y buitres cerniéndose sobre aquellas carnicerías espantosas; picachos desgajándose por sí propios para consumar la obra exterminadora de los valientes mesnaderos de los señores godos de Cantabria; cuevas sin fin, oscuras, de enormes antros, fríos y viscosos, repletos de moros y romanos descuartizados y hediondos; bosques inextricables en que se perdían la senda y la respiración; rocas tajadas sobre abismos insondables; gemidos de agonía entre gritos desaforados de libertad; valles risueños inundados de luz; danzas, cánticos y juegos en sus praderas rozagantes, y paz y abundancia en sus hogares rústicos; después, la nube negra cargada de rayos y pedriscos, pasando sobre ello empujada por el soplo de los hombres malos, arrasándolo todo, haciendo estériles los campos fecundos y trocando en odios y en guerras implacables y continuas, el amor y la paz que antes reinaban entre sus habitadores.
Unos milímetros menos, y se perdían en el agua lóbrega poblada de caimanes.... ¡Que Dios protegiese á los valientes que se quedaban en tierra! Cuando las luces del puerto empezaron á borrarse en la obscuridad, Jaramillo, considerándose seguro, empezó á formular sus protestas.
Más allá del Can extendíanse la arboleda, dividida por paredones de piedra seca, y los bancales de altos ribazos. Los vientos de la isla no permitían la ascensión de los árboles, y éstos esparcían su ramaje en torno de ellos con una prolijidad exuberante, ganando en extensión lo que perdían en altura. Todos conservaban las ramas sostenidas por numerosas horquillas.
Sus hijos, cuando llegaban á la edad de siete años, perdian, ya que no el amor, los regalos i caricias maternas; pues les eran arrebatados para que recibiesen educacion en la ley de Cristo; pero no de personas ligadas á ellos por los vínculos de la sangre ó de la amistad. ¿Qué habian de enseñarles sino desprecio i aborrecimiento á aquellos que les dieron la vida?
En otra ocasión padecía toda la comarca de mucha falta de lluvias, por lo cual se perdían por instantes las sementeras: imploraron el favor de la Virgen, y luego al punto el cielo, que estaba sereno, se entoldó de nubes y descargó una copiosa lluvia, que fué el total remedio de su necesidad.
Desde entonces se vió que el Cacho é Isquiña perdían el juego. Estaban desmoralizados. El Cacho se tiraba contra la pelota con ira, hacía una falta y se indignaba; pegaba con la cesta en la tierra enfurecido y echaba la culpa de todo a su zaguero. Zalacaín y el vasco francés, dueños de la situación, guardaban una serenidad completa, corrían elásticamente y reían.
Que si se perdian, era segura la ruina de la ciudad de la Plata, villa de Potosí, y demas poblaciones que aun se mantenian con alguna esperanza de salvarse, y que tambien quedaria cortada enteramente la comunicacion de ellas con el Tucuman y Buenos Aires, de que podia seguirse la pérdida de todo el reino, pues de este modo les seria fácil interceptar los socorros y demas auxilios que se remitiesen para contener á los sediciosos en los límites de la debida obediencia.
Rafael no osaba proponerle el casamiento, y María de la Luz, cuando el novio, echándolas de valiente, quería hablar a su padrino, le disuadía con cierto miedo. Nada perdían esperando: sus padres también habían pelado la pava muchos años. La gente honrada no se casa con precipitación. El silencio del señor Fermín era de asentimiento: esperarían, pues.
Palabra del Dia
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