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Actualizado: 4 de septiembre de 2025


Por encargo de un provincial amigo suyo, Quiroga prohibió la entrada en sus casas de liampó y chapdiquí á todo indio que no fuese de antiguo conocido; el futuro consul de los chinos temía se apoderasen de las cantidades que allí los miserables perdían.

, pero también perdían un parroquiano que les deja muchas ganancias. ¿Usted no ve que Enrique recibe encargos de toda la provincia? Eso también es verdad..., ¿pero no sabes que a los comerciantes les ciega la avaricia?... ¡Uf, qué gente más mala! Te digo que no puedo ver a los comerciantes, Ricardo; no los puedo ver, ni pintados.

Sandoval, á fuer de curioso, miraba, escudriñaba todo, probaba las pastas, examinaba los cuadros, leía la lista de los precios. Los demás hablaban del tema del día, de las actrices de la opereta francesa y la enfermedad misteriosa de Simoun á quien, segun unos, habían encontrado herido en la calle, segun otros, había intentado suicidarse: como era natural se perdían en conjeturas.

No puede ser más decisiva la confirmación que hace Morgado de los conceptos que venimos sosteniendo, pero véase también como aun los sevillanos no perdian la costumbre de las moriscas «gelosias».

¡Fuego! ¡Fuego! Sus voces se perdían, levantando el eco inútil de las ruinas y los cementerios. Su padre sonrió cruelmente. En vano llamaba. La huerta era sorda para ellos. Dentro de las blancas barracas había ojos que atisbaban curiosos por las rendijas, tal vez bocas que reían con un gozo infernal, pero ni una voz que dijera: «¡Aquí estoy

El cielo se había obscurecido: ella miraba los vapores grises que subían por las cuestas de las montañas y envolvían la vegetación: miraba el lago gris y encrespado, que parecía de plomo; los árboles se doblegaban al impulso del viento, perdían sus primeras hojas. Yo la acompañaba mentalmente en su pensamiento elegíaco delante de la visión otoñal.

Todos los textos estaban acordes. Por la mañana y por la tarde perdían los «puntos» y ganaba la casa; pero á partir de las ocho de la noche, una fortuna loca sonreía á los jugadores. Las estadísticas no podían ser más claras: imposible la duda. Y Castro renunciaba á la buena mesa de Villa-Sirena, contentándose con un bock y un emparedado en el bar.

Cogidos los tres de la mano, procuraban andar á la zaga de los otros muchachos, que, por ser de las barracas inmediatas á la suya, sentían el mismo odio de sus padres contra Batiste y su familia, y no perdían ocasión de molestarles. Los dos mayorcitos sabían defenderse, y con arañazo más ó menos, hasta salían en ciertas ocasiones vencedores.

Hombres jóvenes se movían entre las mujeres en torno de la mesa con una brusquedad hostil; disputaban con ellas ásperamente, tratándolas como á enemigos. Las mujeres perdían de golpe su frescura y su gracia: se masculinizaban contemplando las filas de naipes del «treinta y cuarenta» ó el volteo loco de la rueda de colores.

Permaneció gran parte de la tarde contemplando el mar, siguiendo el curso de las blancas velas que se ocultaban tras el cabo o se perdían en el dilatado horizonte de la bahía.

Palabra del Dia

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