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Actualizado: 1 de mayo de 2025


Cual turbas de pilluelos, aquellas migajas de la basura, aquellas sobras de todo se juntaban en un montón, parábanse como dormidas un momento y brincaban de nuevo sobresaltadas, dispersándose, trepando unas por las paredes hasta los cristales temblorosos de los faroles, otras hasta los carteles de papel mal pegado a las esquinas, y había pluma que llegaba a un tercer piso, y arenilla que se incrustaba para días, o para años, en la vidriera de un escaparate, agarrada a un plomo.

Realmente el barón de los Oscos en tal momento, con su rostro desfigurado, los ojos encarnizados, los grandes bigotes empalmados con las patillas, cerdosos y erizados, y el formidable torso pegado al caballo, era una figura que infundía espanto. Había que remontarse con la fantasía a la irrupción de los bárbaros para hallar algo semejante.

¡Indecente! ¡por ti me han pegado! ¡Ya me las pagarás todas juntas, recontra!... ¡Te he de romper esas narizotas de trompeta! ¡Metebaza!... ¡Fea!... ¡Feona!... ¡Chula!... Al oírse insultar de este modo, Eulalia no pudo contenerse y se arrojó como una fiera sobre su hermano, dándole tal estirón de pelos, que el berrido de Enrique, al sentirlo, hizo levantare asustados a los presentes.

A la taberna, propiamente dicha, no muy grande, sigue un pasillo angosto, donde también hay mesa, con su banco pegado a la pared, y luego una estancia reducida y baja de techo a la cual se sube por dos escalones, con dos mesas largas a un lado y otro, sin más espacio entre ambas que el preciso para que entre y salga el chiquillo que sirve.

Procuré hacer con ella el menor daño posible a Suárez. Dije que éramos amigos íntimos, que habíamos bebido más de la cuenta y, disputando en el muelle por cuestiones insignificantes, nos habíamos pegado; que Suárez había sacado una navaja para defenderse, porque yo era más fuerte, y que me había precipitado sobre él, saliendo herido en el encuentro.

Al amanecer me embarquè en la chalupa, y seguí reconociendo el rio aguas arriba, dejando òrden al piloto para que asimismo mudase el bergantin una legua mas arriba, siempre que tuviese viento favorable, por ser este mejor parage; navegué todo el dia, bajando varias veces tierra, por reconocer la calidad de ella. A la noche me acampè en una isla del rio, habiendo pegado fuego en toda su orilla.

Y cátate que cuando más distraído estaba, deslumbrada la vista por los resplandores del Cabildo y de la Catedral, sintió a su espalda el galopar violento de soberbio tronco y al volverse, vió a Quilito, a su hijo, seguir, pegado a la pared, el carruaje que pasaba. ¿Quién diablos iba en aquel carruaje?

»Apenas poseo el instinto de los viajes. De la plea á la baja mar, bastante hacemos con ir rodando. Pegado estrictamente en mi roca, resolveré allí el problema que vuestro futuro favorito, el hombre, debe buscar en vano, el problema de la seguridad: excluir estrictamente el enemigo, al paso que recibimos al amigo, sobre todo el agua, el aire y la luz.

Aquella mañana madrugó don Alejandro casi tanto como el sol, y eso que era el de los días más largos del mes de junio, de los «de por san Juan». No había pegado el ojo en toda la noche; y no por miedo a los ladrones ni por extrañar la cama, sino por la comezón de la pícara curiosidad, que le tuvo en vilo.

Escuché entonces algunos golpecitos como dados en un cristal. Alcé los ojos, y vi pegado a las vidrieras de la puerta de la alcoba el rostro sonriente de Gloria. Con la agradable sorpresa que puede imaginarse me dirigí rápidamente allá; pero se retiró, poniendo un dedo en los labios, y no volví a verla.

Palabra del Dia

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