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Actualizado: 13 de junio de 2025


Por todo ello queda patente que Cervantes puede ser calificado como inventor de la novela moderna de costumbres y de caracteres. Los libros de caballerías, las novelas pastorales y hasta las picarescas son otra cosa: son una larga serie de aventuras, sin más unidad de acción que la vida de algún personaje fabuloso a quien sigue y retrata el escritor desde su nacimiento hasta su muerte.

Mira, Doña Blanca dijo el fraile, que jamás abandonaba el tuteo, aunque se incomodara, no creas que se necesite ser un Apeles ó un Fidias para conocer que es feo D. Casimiro. Su fealdad es tan patente y somera, que no hay que ahondar mucho para descubrirla. Y en cuanto á su ruin salud y escasa amenidad, te aseguro lo mismo.

Aunque la caridad, virtud de los cielos, amparó entonces, como siempre, por igual á todos los desvalidos, cada corazón sintió lo que estaba más patente en su memoria, y la mía la ocupó toda Tremontorio.

Si no he de adquirir la facultad de que me privaste al nacer, ¿para qué me has dado esperanzas? Infeliz de si no nazco de nuevo en manos del doctor Golfín. Porque esta será nacer otra vez. ¡Y qué nacimiento! ¡Qué nueva vida! Chiquilla mía, juro por la idea de Dios que tengo dentro de , clara, patente, inmutable, que y yo no nos separaremos jamás por mi voluntad.

Nuestro disignio á todas es patente, Todas lo saben, ya no queda alguna Que no se quexa dello amargamente; Y dicen que en la buena ó ruin fortuna Quieren en vida y muerte acompañarnos, Aunque su compañia es importuna. Aqui entran quatro ó mas mugeres de Numancia, y con ellas LIRA, las mugeres traen unas figuras de niños en los brazos, y otros de las manos, excepto LIRA que no trae ninguno.

Si el cutis moreno, inalterable y terso de María, hubiera podido revestirse de otro colorido, la púrpura del orgullo y de la satisfacción se habría hecho patente en sus mejillas, al escuchar estos exaltados elogios en boca de tan eminente personaje y competente juez.

La inconveniencia de este triunfo me infundió vergüenza. El rubor coloró mis mejillas. Debí ponerme encendido como la grana, y más aún cuando advertí que Pepita me aplaudía y me saludaba cariñosa, sonriendo y agitando sus lindas manos. En fin, he ganado la patente de hombre recio y de jinete de primera calidad.

Hízolo así el espantajo prodigioso, y, puesto en pie, alzó el antifaz del rostro y hizo patente la más horrenda, la más larga, la más blanca y más poblada barba que hasta entonces humanos ojos habían visto, y luego desencajó y arrancó del ancho y dilatado pecho una voz grave y sonora, y, poniendo los ojos en el duque, dijo: -Altísimo y poderoso señor, a me llaman Trifaldín el de la Barba Blanca; soy escudero de la condesa Trifaldi, por otro nombre llamada la Dueña Dolorida, de parte de la cual traigo a vuestra grandeza una embajada, y es que la vuestra magnificencia sea servida de darla facultad y licencia para entrar a decirle su cuita, que es una de las más nuevas y más admirables que el más cuitado pensamiento del orbe pueda haber pensado.

Pues qué, ¿la Divina Sabiduría no ha dicho: «Yo para esto nací y para esto vine al mundo, para dar testimonio a la verdad?» Y este testimonio ¿no está bien claro y bien patente en las obras visibles que exceden al poder natural, por ejemplo, en la curación de los enfermos, en la resurrección de los muertos y en otros admirables milagros llevados a cabo por Nuestro Señor Jesucristo y por los Santos Apóstoles?

»¿Qué había en que pudiera hacerme amable a sus ojos? ¿Un corazón noble? ¿Una inteligencia elevada? ¿En qué obra mía se advierte la nobleza de mi corazón? ¿Dónde se hace patente la elevación de mi inteligencia? Me atribuyo sin motivo estas prendas superiores. Soy un necio vanidoso. »¿Qué hombre hay, por incapaz que sea, que no halle razones para estar contento de mismo?

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