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Actualizado: 9 de junio de 2025


No qué será de .... Antes que depender de mi yerno, prefiero pedir limosna. Pedir limosna, no. Te traeré a casa para acompañarme en lugar de Pascuala dijo con desdén la dama, en quien la soberbia aún no se había apaciguado. Pepa sintió más este flechazo que el anterior, pero logró contenerse también.

Pascuala se presentó y al ver que había allí una mujer y que estaba en brazos de su marido, dió á éste en la cara un mojicón, que, á ser más fuerte, no le dejara con narices. No fuí yo contestó Pascual: fué ese dimomio de Chaleco. fué él, que la ha traído y la tenía escondida, señora Pascuala, declaró Tres Pesetas con uno de sus frecuentes rasgos de malicia.

Yo me malicio ... aunque una sea así tan guapetona.... Yo me malicio que á no me quiere pa maldita de Dios la cosa ... porque al fin, siempre una es criada y él un caballero.... Pues parece persona muy principal. Digo... ¿Le dejo entrar? ¡Jesús, Pascuala, no lo vuelvas á decir! exclamó seriamente Clara. ¿Pero á qué quiere entrar aquí ese caballero? Toma, á verla á usted.

Despidiéronse los viajeros de Pascuala, y se dirigieron, acompañados de Bozmediano y su gente, al portillo de Gilimón. Muy aprisa, por no dar lugar á que algún curioso los descubriera, subieron al coche. El cochero y su zagal iban en el pescante; un criado, hombre fuerte, armado de fusil, iba dentro con Lázaro y Clara.

Estaban allí ya la marquesa de Ujo y su hija, siempre con las sayas a media pierna, el general Patiño, Lola Madariaga y su marido, Clementina Salabert con su dama de compañía Pascuala y otras varias personas, entre ellas el padre Ortega. Como en realidad a él le correspondían los honores de la tarde y era el director de la fiesta, todos le rodeaban formando grupo en medio del salón.

Entró en ella, y á los pocos pasos vió una puerta, á cuyos lados había pintados racimos alegóricos y unas botellas que indicaban muy claro que aquello era taberna. "Aquí es", dijo, y se acercó. La puerta estaba abierta, y dentro había dos mujeres y un hombre. Preguntó si vivía allí un tal Pascual, tabernero, casado con una tal Pascuala. Aquí no hay nengún Pascual dijo una de las mujeres.

Para que el lector, que aún no conoce la infinita bondad de este carácter, no estrañe la franqueza leal y la sublime indiscreción de la pobre Clara, añadiremos que durante años enteros esta desgraciada no veía más persona que don Elías, Pascuala, y á veces, muy de tarde en tarde, las tres melancólicas efigies de las señoras de Porreño. Su vida era un silencio prolongado y un hastío lento.

¡Doña Clarita! dijo Pascuala abrazando á Clara con más suavidad que su marido y llevándola adentro. Al encontrarse en el dormitorio de los Pascuales, la sobrina de Coletilla, que había agotado todas las fuerzas de su cuerpo y de su espíritu en aquella noche, se dejó caer en una silla y perdió el conocimiento. #Un momento de calma#. Bozmediano y Lázaro hablaron poco por el camino.

No diga usted eso, Osorio, si precisamente Clementina es una de las mujeres que tienen el cutis más terso en Madrid dijo Pascuala. ¡Toma! Buen dinero me ha costado el estucado que se ha puesto en París esta primavera. Clementina seguía también la broma; pero le costaba más trabajo fingir.

Es el único recuerdo que conservo de mi madre, contesté yo, como era la verdad. ¿Y cómo se llamaba tu madre? Pascuala, le dije. ¡Oh inescrutables designios del cielo!, exclamó el Barón, arrancando de su pecho un hondo suspiro que se diría que le desahogaba. ¿Qué pasa? pregunté yo imaginando que el Barón iba a desmayarse.

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