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Actualizado: 26 de julio de 2025
Entré en la litera, y cerrando las cortinas de seda escarlata bordadas de oro, escoltado por los cosacos, penetré en la vieja Pekín, por su puerta babélica, en medio de una turba tumultuosa, entre carretas, caballeros mongólicos armados de flechas, bonzos de túnica blanca, marchando uno a uno, y largas filas de dromedarios balanceando cadenciosamente su carga. Al poco rato la litera se paró.
Cuando la señaló por la más bella nadie paró atención en ello, pues cada cual en su imaginación aprobaba lo mismo, y era fácil imaginarse que el gozque estaba ya adiestrado en el donaire; pero cuando la señaló también por estar de boda, y que como queriendo huir de ella y como buscando otra en quien hacer señalamiento, y no encontrándola, volvió a María, y la señaló definitivamente, el gozque dejó entonces escapar un gemido tan lastimoso, que erizó el cabello a todo el concurso.
Al ponerse el sol llegóse á la montaña llena de bosque, y porque el temor del enemigo que se acercaba los tenia desasosegados, habíase intentado pasar el monte: mas, como la estrechez y escabrosidades del camino no permitiesen que pasasen todos, una parte paró á la entrada de la selva, y la otra á la cumbre de los montes, entre las llanuras de las selvas: ultimamente, llegaron los PP. por medio de tigres que rugian y de onzas, de terrible magnitud, en el silencio de la media noche.
No paró ahí ni la solicitud del Gobierno ni la educación pública.
Salió á la calle: marchó resuelto á alejarse: llegó á la esquina, se paró, miró á la casa, y al fin, tomando una resolución, emprendió su camino en dirección á su casa, donde le dejaremos por ahora preocupado y aturdido; para volver á ocuparnos de los amigos de la calle de Válgame Dios, cuya vida y caracteres necesitan historia y explicación. #Coletilla.#
El caballo se paró en firme, aculándose sobre los corvejones y arrojando espuma y sangre por la boca, pues había chocado con una encina. A pesar de lo rápida que fue la caída, Luisa había visto algunas sombras pasar como el viento detrás del seto, y había oído una voz terrible, la voz de Marcos Divès, que gritaba: «¡Adelante! ¡Atravesadlos!»
13 Y los de Bet-semes segaban el trigo en el valle; y alzando sus ojos vieron el arca, y se regocijaron cuando la vieron. 14 Y el carro vino al campo de Josué bet-semita, y paró allí porque allí había una gran piedra; y [ellos] cortaron la madera del carro, y ofrecieron las vacas en holocausto al SE
Tistet Védène cambió su viejo tabardo amarillo por una preciosa alba de encajes, una capa de coro de seda violeta, unos zapatos con hebillas, e ingresó en la escolanía del Papa, donde antes de él no habían podido ingresar más que los hijos de nobles y sobrinos de cardenales... ¡He ahí lo que es la intriga!... Pero Tistet no paró ahí.
Ahora sucedía todo lo contrario. Se hacía infinitas reflexiones para persuadirse a que la acusación de la encapuchada no era más que vil expresión de la envidia y el despecho en algún enemigo oculto, y a pesar de ellas no podía menos de darla fe. Cuando el coche paró, no se dió cuenta del tiempo que hacía que caminaba; lo mismo podía ser un día que un minuto.
Durante el trayecto hasta el North Fork, no cambiamos una sola palabra; la diligencia paró en el Hotel de la Paz. El juez, tomando la delantera, nos acompañó hasta la sala común y ocupamos gravemente nuestros puestos junto a la mesa. ¿Están llenas sus copas, señores? dijo solemnemente el juez quitándose su blanco sombrero. Sí, señor. Entonces, a la salud de Magdalena. Que Dios la bendiga.
Palabra del Dia
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