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El aviador salía una hermosa mañana en su aparato de caza, elevándose á través de las nubes en busca del enemigo, con la alegre confianza de un joven paladín marchando al encuentro de las aventuras.

Pero ¿qué hacen ahora? ¡Nuestra Señora de Rennes nos valga! dijo el paladín francés. Se proponen pegar fuego á la torre y asarnos en ella. Me lo temía. Duro en ellos, arqueros, que ahora de nada nos sirven nuestras espadas. Una docena de sitiadores se adelantaron escudándose con enormes haces de leña y ramas secas, que colocaron contra los muros.

Pero antes de separarnos, entregadme, os ruego, uno de vuestros guantes, que lo quiero llevar al frente de mi casco en torneos y combates, como prenda de la mujer amada. Dejad, barón, que yo soy vieja y nada hermosa y los apuestos señores de la corte se reirían de vos si os proclamaseis paladín de tan pobre dama.... ¡Oid, escuderos! exclamó el señor de Morel.

Ahí está mi primo Roberto, un gañán como hay pocos, que al empezar la retirada del enemigo en Poitiers puso sus manazas sobre el paladín francés Amaury de Chateauville, dueño y señor de cien villas y castillos, quien tuvo que aprontar cinco mil libras de oro por su rescate, amén de dos caballos soberbios con riquísimas preseas.

Aquí tenemos al paladín alemán y por su aspecto parece muy temible enemigo. Advertid al rey de armas que les permita encontrarse por tres veces en la liza, ya que tanto depende ahora del resultado de este combate. Sonaron de nuevo los clarines, hizo el rey de armas la señal que repitieron los farautes y se adelantó el último campeón de los gascones entre los vítores desaforados de la multitud.

¡Lo veremos! dijo la fiera Albornoz, y nombró al punto paladín de su causa a su buen amigo Juanito Velarde. Larga entrevista celebraron ambos a solas hasta bien entrada la noche, y al despedirle Currita en la puerta del boudoir díjole con suaves mimitos: Conque quedamos en que yo encargaré el almuerzo en Fornos... y habrá écrevisses

Veía al héroe, al paladín, levantarse lentamente del sofá, con sus ojos de árabe fijos en ella; sentía sus pasos cautelosos; percibía sus manos al posarse sobre sus hombros; luego, un beso de fuego en la nuca, una marca de pasión que la sellaba para siempre, haciéndola su sierva... Pero terminó la romanza sin que nada ocurriese, sin que sintiera en su dorso otra impresión que sus propios estremecimientos de miedoso deseo.

Su buque está detenido en el puerto por una avería; debe usted quedarse un mes en tierra; encuentra en un viaje á una mujer que comete la tontería de acordarse de que le conoció en otros tiempos, y se dice: «Magnífica ocasión para entretener agradablemente el fastidio de la espera...» Si yo le creyese, si aceptase sus deseos, dentro de unas semanas, al quedar listo el buque, el héroe de mi amor, el paladín de mis ensueños, se haría al mar diciendo como último saludo: «¡Adiós, imbécil

El se imaginaba una viña en la costa, una vivienda blanca con emparrado, á cuya sombra fumaría su pipa, y toda la familia, hijos y nietos, extendiendo la cosecha de pasa sobre los cañizos. Le unía á Ferragut una admiración familiar, igual á la del antiguo escudero por su paladín, á la de un sargento viejo por un oficial de genio.

Ahora despuntan los únicos hombres notables que puede producir esta raza con sus especiales condiciones. ¿Ve usted ahí á mi primo que no sueña con la gloria histórica, ni se preocupa de lo que pensarán de él en el porvenir? Pues es el verdadero héroe, el paladín moderno.