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Actualizado: 17 de julio de 2025
La Náyade no izó el pabellón imperial hasta después de haber castigado implacablemente al mandarín gobernador y a todos los que se habían reunido alrededor de su persona. A la hora en que le escribimos, señora, ya no existe la ciudad llamada Ky-Tcheou; no queda en su lugar más que un montón de cenizas que podría ser llamado la tumba del comandante Chermidy.
En el primero están el rio y sus orillas mismas; en el segundo, la línea de localidades y puertos, donde se ve un considerable movimiento de mercancías y trasportes, y la doble cinta que describen el ferrocarril y el camino carretero que giran de cada lado; en el tercero, interminables viñedos, monótonos y tristes por su regularidad, cubriendo extensos planos inclinados ó faldas de pequeñas colinas; en el cuarto, las lejanas montañas del Taunus, de tinta oscura, cubiertas de bosques de pinos, abetos y encinas; por último, el inmenso pabellon de un cielo de color azul pálido y vago, que parece reflejar las brumas de la vieja Alemania.
Le era imposible defender su propiedad; no podía discutir con aquel jefe que saqueaba el castillo tranquilamente, ignorando la presencia del dueño. «¡Ladrones! ¡ladrones!» Y volvió á meterse en el pabellón.
Al terminar ese tránsito se halla á la izquierda y contigua á la entrada del tercer patio la grande escalera, que en dos tramos componentes treinta y dos gradas, conduce á la galería y pabellón ó sala de SANTA ISABEL. La puerta de esta escalera concluye con un semicírculo cuyos rádios de madera forman una reja sencilla.
Dentro de un cercado de cañas están los lirios y los cerezos del Japón, en sus tibores de porcelana blanca y azul. Al pie de un palmar, con las paredes de cuanto tronco hay, está el pabellón de Aguas y Bosques, donde se ve cómo se ha de cuidar a los árboles, que dan hermosura y felicidad a la tierra.
Por último, fué de los pocos que lograron salvarse cuando, pasando sobre un montón de cadáveres y haciendo prisioneros á los vivos, llegó el general inglés, Conde de Albemarle, á levantar el pabellón británico sobre la principal fortaleza de la Habana.
Se golpeaba el pecho y luego le señalaba á él. «Franzosen... gran amigo de Franzosen.» Y sonreía á su protector. Permaneció en su castillo hasta la mañana siguiente. Vió la inesperada salida de Georgette y su madre de las profundidades del pabellón arruinado. Lloraban al contemplar los uniformes franceses. Esto no podía seguir gimió la viuda . ¡Dios no muere!
Tres mecánicos se repartían el servicio, permaneciendo en el pabellón del portero; y apenas sonaba el timbre, no tenían mas que correr á su carruaje poniéndose los guantes y dar la vuelta á la manivela de marcha.
Hay en el fondo de ella una alcoba con una cama de pabellón formado con tela de cuadros azules y blancos: al lado de la cama se encuentran sobre dos bancos de madera dos cunas, grande la una, pequeña la otra. Es el dormitorio de mi madre y de mis hermanas. En el fondo de la habitación hay una chimenea en la que arden cepas y sarmientos, produciendo un gran fuego.
No podemos ver el pabellón de Suiza, con su escuela modelo, sus quesos como ruedas y su taller de relojes; ni el de Hawai, que es país donde todos saben leer, y trabaja el hombre de la isla, al pie del volcán de fuego, la lava y la pluma; ni el de la República de San Marino ¿quién sabe dónde está San Marino? con sus cristales pintados famosos y sus familias de escultores.
Palabra del Dia
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