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Actualizado: 17 de junio de 2025
Martínez había perdido una oreja en Cerro Pardo, y mostraba con orgullo su sien mocha en las ceremonias oficiales. Pero con una guedeja de su largo cabello procuraba ocultar la falta del pabellón auditivo, siempre que, abusando de la adormecida fiereza de la generala, se atrevía á visitar á ciertas señoras admiradoras de su heroísmo.
Ahora le enseñaré á usted el sitio. Es al lado del capellán, en un pabellón que sirve de depósito de cordelería... El olor del cáñamo es sano y está bien allí... Y, después, puede hablar con el capellán... ¡Oh! Ese es su gran recurso y parece que tiene ideas muy extrañas... Un poco chiflado, como usted dice... Ahí tiene usted su chirívitil... Tragomer se detuvo.
La señora de Aymaret consiguió vencer esta última trinchera revelándole el secreto culto que le rendía la linda millonaria, clase de lisonja a que todo hombre es siempre sensible. Pero, en fin dijo Pedro, ya completamente arriado el pabellón , ¡no es cosa de irse esta noche misma!... ¿Supongo que me concederá usted algunos días para arreglar mis asuntos?
Me pareció un pabellón levantado en el jardín recientemente para uso del capellán. Por la parte de atrás daba a la calle. Me introdujo en un despachito modesto y aseado, me invitó a sentarme, y antes de hacerme pregunta alguna, me pidió permiso para mudarse los hábitos, pues acababa de llegar del convento.
Una tarde, aburrido de sus magníficos jardines, siempre iguales, del silencio de su casa desierta, de las distracciones crecientes del coronel, que constantemente tenía algo que hacer en Monte-Carlo ó en el pabellón del jardinero, se lanzó á pie hasta la ciudad y tuvo un encuentro. Sus pasos le llevaron maquinalmente hacia los bulevares altos, cerca de la calle donde estaba Villa-Rosa.
Era un velero de Brema y no iba a América. Se aproximaba a las costas del Brasil para tomar los vientos, ganando después el cabo de Buena Esperanza. Iba a la China a cargar arroz. El Goethe saludó con un bramido el pabellón enarbolado por el velero.
El pabellón de Castilla flameaba en el Callao, y preciso es confesar que la obstinación de Rodil en defender este último baluarte de la monarquía rayó en heroica temeridad. El historiador Torrente, que llama a Rodil el nuevo Leónidas, dice que hizo demasiado por su gloria de soldado.
Lo primero que vió al salir del pabellón fué la bandera de la Cruz Roja que seguía ondeando en lo alto del castillo. Ya no había camillas debajo de los árboles. En el puente encontró varios sanitarios y uno de los médicos. El hospital se había marchado con todos los heridos transportables. Sólo quedaban en el edificio, bajo la vigilancia de una sección, los más graves, los que no podían moverse.
Valor, España; generosa y fuerte, prefiere noble muerte a contemplar tu pabellón manchado; muéstrate en tu desgracia más gigante que en tus sangrientas guerras te has mostrado. Si tu triste derrota es vergonzosa de tu propia vergüenza, victoriosa álzate, erguida en pie. ¡Patria, adelante!
Delante de la iglesia, se levantan tres altísimas astas de cedro donde se izaban las banderas de la república ... ahora el pabellón austríaco.
Palabra del Dia
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