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Y el capitán señaló orgullosamente al pabellón británico que flotaba en el palo de popa. ¿De modo que está usted enteramente tranquilo? preguntó Tragomer. Estoy en el mar qué pertenece á todo el mundo; soy dueño de mi barco; y si alguien quisiera hablarme, le respondería con esto.

El cielo espléndido de la Bética formaba sobre ella un pabellón poblado de luces. Una leve brisa embalsamada refrescaba su frente ardorosa. El estrépito de los coches turbó un momento aquel sueño tranquilo. Más de una tierna doncella dejó sobresaltada el lecho y se acercó á su balcón con los pies desnudos para ver lo que pasaba.

Cachucha entró precipitadamente en el pabellón seguido de un ejército de hombres, mujeres y niños. El perro, con ese delicado instinto propio de su raza, se acercó un poco más al niño, tendiéndose a sus pies, seguro de que había encontrado un buen defensor para librarse de aquella horda de vándalos que pedía su muerte. Señorito, no toque Vd. a ese perro, que está rabioso, exclamó Cachucha.

El examen de conciencia de sus pecados de la temporada lo tenía hecho desde la víspera. El examen para aquella confesión general podía hacerlo acostada. Entró en la alcoba. Era grande, de altos artesones, estucada. La separaba del tocador un intercolumnio con elegantes colgaduras de satín granate. La Regenta dormía en una vulgarísima cama de matrimonio dorada, con pabellón blanco.

Y el príncipe rió largamente, como si no se cansase de celebrar lo absurdo de tal suposición. Eso lo sabrás contestó Atilio . Lo que yo digo es que no podemos ser por mucho tiempo los enemigos de la mujer. Mira al coronel; es tu «chambelán», tu ayudante, el hombre que te obedece ciegamente. Pues hasta ese te abandona. Fíjate: siempre que puede, vive en el pabellón de la portería.

En una palabra, Magdalena me daba miedo, me dominaba antes de seducirme: el corazón tiene las mismas ingenuidades que la fe: todos los cultos apasionados empiezan así. El día que siguió al de la partida de Magdalena me apresuré a ir a la calle de los Carmelitas. Oliverio ocupaba un cuarto, pequeño, perdido en un alto pabellón del hotel.

El poeta Ibn-Hazm conoció a su amada, siendo niña, en el palacio de su padre, donde estaba recibiendo educación. Su amada era hermosa, discreta y modesta; pero orgullosa y reservada. Su modo de pensar era muy severo y no mostraba inclinación por los vanos deleites, aunque tocaba el laúd admirablemente. El poeta, de la misma edad que ella, buscaba en vano ocasión de hablarla sin testigos. Una vez, en cierta fiesta que se daba en su palacio, las damas se reunieron por la tarde en un pabellón desde donde se gozaba una magnífica vista de Córdoba. Ibn-Hazm fue con ellas y se acercó al hueco de una ventana donde se encontraba la joven. Apenas le vio ésta a su lado, se huyó con graciosa ligereza hacia otra parte del pabellón.

Al mismo tiempo un perro entró en el jardín como una exhalación, se refugió en el pabellón, y fue a esconderse debajo del sofá en donde se hallaba sentado Juanito. Antes que don Salvador y su nieto se dieran cuenta de lo que sucedía, Cachucha el cuadrillero y veinte o treinta personas más invadieron el jardín dando gritos de terror.

En el momento que vamos a permitir a nuestros lectores que entren en el pabellón, don Salvador y Juanito se hallaban haciendo lo que en el lenguaje técnico de los gimnasios se llaman poleas, ejercicio que desarrolla los músculos de los brazos, ensancha el pecho y abre el apetito.

Había allí, en medio de una encrucijada en forma de estrella, un pabellón rústico, adornado su exterior por multitud de plantas trepadoras. El interior estaba decorado con sencillez y eran sus muebles de una elegante rusticidad. Por los ventanales del pabellón cuya luz tamizaban las plantas que a medias los cubrían, distinguíanse hasta perderse de vista las verdeantes avenidas del parque.