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Actualizado: 28 de julio de 2025
Un coro de ranas elevábase de vez en cuando de entre los tallos verdeantes y rectos y después súbitamente se apagaba, dejando percibir en toda su intensidad el silencio de los campos. ¿Habrá llegado ya la respuesta del ministro? pensaba Delaberge. Si llega esta tarde, todo habrá concluido... y mañana marcharé. La cocina del Sol de Oro tenía su habitual aspecto de todos los días.
El valle en que serpenteaba el río que iba ensanchándose, por ambos lados estaba cerrado por una cadena de colinas, las unas cubiertas de matorrales y secas aliagas, las otras de verdeantes sotos. De tiempo en tiempo, una quebrada transversal abría entre dos cuestas una perspectiva sinuosa, en cuyo fondo se dibujaba la cima azul de una lejana montaña.
Habíase aclarado el tiempo, lucía el sol; al día siguiente iba a darse la segunda corrida. Gallardo, por la tarde, se fue solo a la plaza. El circo de ladrillo rojo, con sus ventanales arábigos, destacábase aislado sobre un fondo de lomas verdeantes. En último término de este paisaje amplio y monótono blanqueaba sobre el declive de una loma algo semejante a un rebaño lejano. Era un cementerio.
Había allí, en medio de una encrucijada en forma de estrella, un pabellón rústico, adornado su exterior por multitud de plantas trepadoras. El interior estaba decorado con sencillez y eran sus muebles de una elegante rusticidad. Por los ventanales del pabellón cuya luz tamizaban las plantas que a medias los cubrían, distinguíanse hasta perderse de vista las verdeantes avenidas del parque.
Palabra del Dia
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