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Actualizado: 28 de mayo de 2025


Que enganchen. Sorprendiose la vieja de verla tan madrugadora; mas obedeció sin resistencia, y al cabo de media hora se apearon ambas ante el pórtico de San Isidro el Real. Esperad aquí dijo Paz al lacayo. ¡Qué capricho! murmuraba la dueña modernizada. ¡Al demonio se le ocurre venir tan lejos a misa! No vamos a misa.

Iban mezcladas dos sensaciones: de punzante lástima la una, de terror y repulsión la otra. Quería apartarse espantada de Artegui, y aun se derretían de compasión sus entrañas sólo al mirarlo. La gente salía de misa; vertía el pórtico ondas y ondas humanas, y Lucía, en pie, no acertaba a separarse de aquella catedral, erguida y blanca como una mártir cristiana en el circo.

Al salir la gente de misa mayor, Leto, como de costumbre, se quedó, con otros amigos, enfrente del pórtico echando un pitillo, un párrafo y algunas ojeadas maquinales a las villavejanas de todos los días; y hablando, fumando y mirando, vio salir a Nieves con su padre.

Y deseó que se concluyese pronto la novena a fin de enterarse. Era noche cerrada cuando salieron de la iglesia. El joven forastero acostumbraba a esperar a doña Rosalía y su sobrina en el pórtico, ofrecerles agua bendita y acompañarlas a casa en unión de otras vecinas, lo cual le permitía emparejarse con su novia y sostener con ella conversación aparte.

7 Y aun cerraron las puertas del pórtico, y apagaron las lámparas; no quemaron incienso, ni sacrificaron holocausto en el santuario al Dios de Israel. 8 Por tanto la ira del SE

¡Oh, no hay tiempo! Tenemos que ir a ver la maravilla mayor, y el atrevimiento que ablanda al verlo el corazón, y hace sentir como deseo de abrazar a los hombres y de llamarlos hermanos. Volvamos al jardín. Entremos por el pórtico del Palacio de las Industrias.

El coche se detuvo al fin en el Boulevard des Capucines, ante el vasto pórtico del Grand Hôtel. El nuevo lord Byron pagó con esplendidez al cochero y subió ligeramente las gradas, topándose en la misma puerta con un viejo alto, con grandes patillazas blancas, que se dirigía a la calle arrastrando los pies.

El mismo día que llegó vio a Nuncia por la mañana al balcón. Por la tarde le entregó en el pórtico de San Rafael, al salir de la novena, un billete de declaración, que empezaba: «Señorita: Entre confuso y medroso, y dudando si en gracia de lo rendido me perdonará usted lo osado, confieso que mi único delito consiste en amar a usted...»

La fila de tílburis se estaciona a lo largo de la ancha acera; de cada uno baja ligeramente el corredor, abandonando las riendas en manos del lacayo, sube aprisa la escalinata y se pierde en el grupo numeroso del pórtico. A bocanadas sale a la calle el rumor de adentro, y arrecia por instantes la agitación y el vocerío; una sola pregunta rueda en todos los labios: ¿A cuánto el oro?

¿Madurará en la realidad esa esperanza? Vosotros, los que vais a pasar, como el obrero en marcha a los talleres que le esperan, bajo el pórtico del nuevo siglo, ¿reflejaréis quizá sobre el arte que os estudie imágenes más luminosas y triunfales que las que han quedado de nosotros?

Palabra del Dia

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