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Actualizado: 25 de mayo de 2025
¡Que si le he tomado cariño!... Mira, no me iría a vivir a la casa más hermosa de Estrasburgo aun cuando me dieran dos mil libras de renta. Hace veintitrés años que guardo aquí mis mercancías: azúcar, café, pólvora, tabaco, aguardiente; todo se mete ahí. Tengo ocho caballerías siempre de camino. Pero no disfrutas de nada.
Chisco llevaba una escopetona de pistón con anchas abrazaderas reforzadas con bramante encerado sobre el larguísimo cañón roñoso, un cuerno para la pólvora y una bolsa de badana verde para el perdigón y las postas que iban mezcladas con él.
En estas razones, cayeron todos los que las oyeron que don Quijote debía de ser algún hombre loco, y tomáronse a reír muy de gana; cuya risa fue poner pólvora a la cólera de don Quijote, porque, sin decir más palabra, sacando la espada, arremetió a las andas.
Los soldados que se encontraban con el resto de la columna, enardecidos por el humo producido por la pólvora y por los gritos de entusiasmo de sus compañeros que ya peleaban, se encontraban alborozados, y esa emoción natural que produce en las almas de los valientes el estampido de los primeros disparos, les embargaba.
En ambos casos Ni deja de ser drama ni deja de ser vida. Nace el niño. Y su primer saludo es un llanto inconsciente; ni siente lo que llora ni llora lo que siente. Pero en los huecos que egoísta deja el reir y llorar de su niñez, deposita la mano del destino la pólvora dormida, y la oculta alegría que explote en la tragedia y en la comedia ria.
La de Grevillois permanece seria y con una expresión de placidez, como si no oyera lo que se dice. A la Marquesa de Oreve, por el contrario, le divierten extraordinariamente las ocurrencias del señor Kisseler y, si está callado, lo que es raro, no deja de incitarlo: «Kisseler está triste esta noche... Se conoce que no le inspiramos.» Y esto basta para inflamar la pólvora.
Nuestro porvenir está en la pólvora.... Marta apretó el brazo de Nepo, y lo que siguieron hablando ya no pudo oírlo Bonis. Se quedó atrás; entró el último en su casa, adonde volvieron muchos de los que habían ido a despedir a la Gorgheggi y a Mochi, pues de allí había partido la comitiva.
Se ve en el cuadro los moros que entran a escape en la ciudad, con los caballos tan locos como ellos, y ellos disparando al aire sus espingardas, tendidos sobre el cuello de sus animales, besándolos, mordiéndolos, echándose al suelo sin parar la carrera, y volviéndose a montar. Gritan como si se les abriese el pecho. El aire se ve oscuro de la pólvora.
Primeramente se dieron A espías ciento y sesenta Mil ducados. ¡Santos cielos! ¿Qué? ¿Os espantáis? Bien parece Que sois en la guerra nuevo. Más: cuarenta mil ducados De misas. Pues ¿á qué efecto? A efecto de que sin Dios No puede haber buen suceso. Al paso desto Yo aseguro que le alcance. Como se va el Rey huyendo De tantas obligaciones, Quiero alcanzarle... Más: ochenta mil ducados De pólvora.
Porque aquello es una letrina; sí señor, una cloaca. Ya sabe usted que es una residencia interina. Las Salesas están haciendo, como usted sabe, su convento junto a la fábrica de pólvora. Sí, ya sé; pero cuando el convento esté edificado y las mujeres puedan trasladarse a él, nuestra Rosita habrá muerto. Señor Somoza, el cariño le hace a usted, acaso, ver el peligro mayor de lo que es.
Palabra del Dia
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