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No menos expresiva Madama de Borbón, prometió solicitar de su hermano una mitra ó un capelo que le proporcionaran dignidad en el estado religioso; por último, el Rey, después de enviar con pésame á M. D'Incarville, le hacía saber que iban á extenderse las cédulas de nombramiento de Consejero real, asignándole la sexta plaza; otra de inclusión en la lista de los que habían de recibir la Orden del Espíritu Santo, más la de Gentilhombre de Cámara en favor de Gil de Mesa .

Su primer pensamiento, al levantarse, fue irle a pasear la calle a la doncella. Consideró que las personas que venían todos los días a dar el pésame por la muerte de don Íñigo le ocuparían la tarde. Era menester escapar. A la una comenzó a engalanarse.

Si algo pudo mitigar el dolor de Fernando, fue el testimonio de respeto que en aquella ocasión se apresuró a darle la espuma de la sociedad madrileña: más de doscientos coches particulares siguieron el entierro de la pobre Mercedes; S. M. mandó el coche de respeto con los lacayos enlutados; después se recogieron a la puerta más de seiscientas tarjetas de pésame, y a los funerales que por el eterno descanso de su alma se celebraron en San Isidro, acudió un sinnúmero de personas de calidad, y en representación de S. M., el mayordomo de Palacio.

Siguió la conversación versando sobre fiestas, novenas que se preparaban, la marcha del vicario que iba nombrado canónigo de la catedral, la persona que le sustituiría, etcétera. Insensiblemente todas fueron bajando el tono de la voz hasta convertirse en un cuchicheo monótono y triste. Más que de enhorabuena parecía una visita de pésame.

Zakunine parecía sordo y ciego, no reconocía a las personas que se le acercaban, que intentaban estrecharle la mano, ni oía las palabras de pésame, las frases de dolorida simpatía que le dirigían. Tampoco las respuestas de los criados arrojaban mucha luz sobre el suceso.

Madrid entero comenzó a desfilar otra vez por casa de Currita, dándole el pésame por aquella desgracia, con uno de esos cinismos de que ofrece la corte frecuentes ejemplos... Ella estaba pasada de pena; había sentido en el alma la muerte de aquel pobre muchacho, tan simpático, tan cariñoso, apegado como un perro a Fernandito y a ella... El golpe había sido atroz, y se encontraba mala de resultas; porque ella no sabía nada, nada... ¡Claro está!

Dicen que representará en un auto el día de la Trinidad, con cuatrocientos de muerte. Pésame que nos deshonra a todos, y a principalmente, que al fin soy ministro del Rey y me están mal estos parentescos. Hijo, aquí ha quedado no qué hacienda escondida de vuestros padres; será en todo hasta cuatrocientos ducados. Vuestro tío soy, y lo que tengo ha de ser para vos.

REY. Pésame de llegar tarde: Llegar a tiempo quisiera, Que pudiera remediar De Sancho y Nuño las quejas; Pero puedo hacer justicia Cortándole la cabeza A Tello: venga el verdugo. FELIC. Señor, tu Real clemencia Tenga piedad de mi hermano. REY. Cuando esta causa no hubiera, El desprecio de mi carta, Mi firma, mi propia letra, ¿No era bastante delito?

Apesar de sentirse mortificada por aquel tono, Fernanda le saludó afectuosamente. Me alegro de verte tan buena, querida, y aprovecho la ocasión para darte el pésame. Ya sabes que yo no escribo cartas hace años. He sentido mucho a Santos... Oiga usted, Moro: ¿se propone usted no darme en su vida una carta decente?... Era un buen sujeto, un vecino excelente, incapaz de hacer daño a nadie.

Cordiales apretones de manos, protestas de estima, señales de respeto, nada faltó, y el corazón de los que eran objeto de estas manifestaciones llegó a oprimirse vagamente. ¿Qué había pasado? ¿Por qué esas muestras de simpatía que parecían cumplimientos de pésame? ¿Quién se les había muerto? ¿Qué desgracia les castigaba? Un gran ruido de cascabeles, y un break se detiene en la puerta.