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En los cinco últimos años, los bailes del Liceo parecían visitas de pésame. Media docena de señoritas más o menos jóvenes, con los hombros y el pecho al aire, el rostro muy empolvado, departiendo en voz baja allá en un ángulo del vasto salón, mientras a su lado las mamás sacaban tiras de pellejo a alguna amiga ausente.

Doña Anuncia y doña Águeda habían quedado en el estrado, casi a obscuras, suspirando, rodeadas de algunos amigos y amigas, quizá los mismos que les dieran en otra ocasión aquel pésame por la muerte civil de don Carlos. Y ella va contenta decía el barón. ¡Uf! Ya lo creo. La juventud es ingrata... Señores, que va a arrancar, desapartarse gritó el zagal de la diligencia. Y partió el coche.

La bella arlesiana había perdido ya las esperanzas y la paciencia. Nadie le escribía de Corfú; no sabía noticias de su amante ni de su hijo; el doctor, ocupado en cosas más importantes, ni siquiera le había dado el pésame por la muerte de su marido. Comenzaba a dudar del señor de Villanera y se comparaba a Calipso, a Medea, a la rubia Ariadna y a todas las abandonadas de la fábula.

No hallé respuesta alguna á esta comunicación inesperada: ignoraba absolutamente quién pudiese ser el señor de Beauchêne, y no tomándose la señorita Margarita la molestia de decírmelo, me limité á atestiguar, por una débil exclamación de pésame, la parte que tomaba en este desgraciado suceso.

Vuestro padre murió ocho días ha con el mayor valor que ha muerto hombre en el mundo; dígalo como quien le guindó. De vuestra madre, aunque está viva ahora, casi os puedo decirlo mismo; que está presa en la Inquisición de Toledo; pésame que nos deshonra a todos, y a principalmente, que al fin soy ministro del rey, y me están mal estos parentescos.

Confórmate, hija mía, que él está entre santos y descansando de este mundo ingrato. No te des a la pena, que eso es ofender a quien todo lo puede. Y todas iban despidiéndose con idéntica retahila. Cuando la familia regresaba de dar el pésame, por supuesto que ponía sobre el tapete a la viuda y a la concurrencia, y cortaban las muchachas, con la tijera que Dios les dió, unos sayos primorosos.

Algunos van á visitar y consolar á la viuda, ó viudas y parientes del difunto, esto es, si hay algo que ganar, porque nada hacen sin interes. Durante esta visita de pésame, lloran, aullan y cantan de una manera muy dolorosa, forzando las lagrimas, y punzando los brazos y muslos con espinas agudas, hasta sacar sangre.

¿Por mi mayor enemigo Me dejas? Hombre mortal, nota En la representación De mis amantes congojas, Cuando de Dios te enajenas, El pesar que le ocasionas, Pues si puede llorar Dios, De celos de un alma llora: Pésame de haberte hecho, Pésame dije, y lo torna A repetir el dolor; Mas que lo diga, ¿qué importa? Si á fuer de esposo ofendido, No hago que mi honor disponga La venganza;

Oh, Jesús mío: aunque no lo merezco, perdonadme mis pecados, y restituidme el uso de mis ojos; reconozco, Señor, y confieso que este trabajo es justísimo castigo de mis culpas; pésame en el alma de haberlas cometido, y propongo de nunca jamás volver á caer en ellas.

He recibido la noticia oficial, el acta de defunción, el pésame del ministerio de Marina, el sable y las charreteras del difunto y una pensión de 750 francos para que pueda poner coche en los días de mi vejez. ¡Viuda, viuda, viuda! No hay palabra más bonita en la lengua francesa.