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Actualizado: 24 de mayo de 2025


Retratos de comediantas y bailarinas sonreían con su boca pintada en el charolado cartón, alegrando el ambiente casto del reducto. Don Marcelo sintió impaciencia al ver tantos centenares de hombres sin encontrar entre ellos á su hijo. El senador, avisado por sus ojeadas, habló al jefe, que le precedía con grandes muestras de deferencia.

Risas provocativas, ojeadas misteriosas, palabras que parecían de esperanza.... Y poco después, uno por uno, los conquistadores desandaban el camino, cabizbajos y encolerizados, como un perro que se imagina encontrar un hueso y rompe sus colmillos en una piedra. Unas astutas las pequeñas Maxeville; unas malignas, que, faltas de dote, buscan un marido á su modo.

Luego añadió con malignidad: Debo advertirle que tiene usted un rival. ¡Mucho cuidado, Ferragut! Volvió la cabeza para mirar al oscricario. Estaba ocupado en la contemplación da una gruesa señora de pelo gris y abundantes joyas, una viajera escoltada por su marido, que acogía con extrañeza las ojeadas asesinas del vendedor, sin llegar á explicárselas.

Ya es el mediodía y ese señor no parece. Puedes poner la sopa que no tardará en llegar. Mientras D.ª Robustiana se preparaba á dar cumplimiento á la orden, no sin salir con frecuencia al balcón y echar ojeadas al camino por ver si divisaba al huésped, D. Félix llamó aparte á Flora y la condujo por la mano al gabinete más lejano de la cocina.

Todos pensaban lo mismo, lanzando terribles ojeadas a los entusiastas: «Pero ¿cuándo se marcharán estos tíos «lateros»? ¡Mardita sea su arma!...»

De tiempo en tiempo la niña del barquillero lanzaba codiciosas ojeadas a la calle. ¡Cuándo sería Dios servido de disponer que ella abandonase la dura silla, y pudiese asomarse a la puerta, que no es mucho pedir! Pronto darían las nueve, y de los seis mil barquillos que admitía la caja sólo estaban hechos cuatro mil y pico. Y la muchacha se desperezó maquinalmente.

Al juez todo se le volvía acomodar a los visitadores, insistiendo mucho en si al marqués de Ulloa le convenía la luz de frente o estaría mejor de espaldas a la vidriera; al mismo tiempo lanzaba ojeadas de sobresalto en derredor, porque le iba sabiendo mal la tardanza de su mujer en presentarse.

Se inclinaba hacia ella como si no la oyese bien, y Nélida, por su parte, descansó un brazo en el sillón de Fernando, gozosa de sentir su epidermis en casual contacto con una de sus manos. Hablábanse sin mirar a los que transcurrían junto a ellos, sin reparar en sus ojeadas de sorpresa y sus cuchicheos de comentario.

Madrid, Sevilla, Barcelona... París, la capital que usted quiera, ¿pasa de ser una jaula más o menos grande, mejor o peor fabricada, en la cual viven los hombres amontonados, sin espacio en qué moverse ni aire puro que respirar?... ¡Ocupaciones!... ¡La ocupación del negocio, la ocupación del café, la ocupación del paseo, la ocupación de la calle, la ocupación del Casino, o del teatro, o de la Bolsa...! Yo no digo que algunas de estas ocupaciones y otras muchas de los mundanos no sean útiles y necesarias para los fines de la vida, de lo que se llama vida de los pueblos y de las naciones; pero niego que, con excepciones muy contadas, sea cómodo, vario y entretenido nada de ello para la vida espiritual en naturalezas como la mía y otras muchas... incluso la de usted añadió, volviendo a sonreírse, si tuviera yo la fortuna de hacerle percibir la infinita variedad de encantos y de aspectos que se encierra y se contiene en esto que, a las primeras ojeadas de un profano, sólo parece un hacinamiento enorme de peñascos y bardales.

El amigo francés se ha marchado. Uno de los capitanes interrumpe su relato para lanzar ojeadas á una mesa próxima. Le interesan, sin duda, dos pupilas circundadas de negro que se fijan en él, entre el ala de un gran sombrero empenachado y la pluma sedosa de un boa blanco. Al fin, con irresistible atracción, se traslada de nuestra mesa á la otra.

Palabra del Dia

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