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Actualizado: 24 de junio de 2025
Los temperamentos como el tuyo necesitan reponer la grasa. Cecilia contestaba sonriendo, con medias palabras, dirigiendo vivas ojeadas de respeto al Duque. Este, que había advertido su plática, por dos veces levantó los párpados para mirarles de aquel modo frío, distraído, que por no expresar nada, ni desdén siquiera, era el colmo del orgullo.
Según se iba extinguiendo la tarde parecía aumentar el número de hembras engañosamente vestidas, que necesitan la luz incierta del crepúsculo para salir á la caza del hombre y del pan. Robledo se cruzaba con ellas, fingiéndose ciego ante sus violentas ojeadas y sordo á las palabras susurrantes en honor de su apostara de buen mozo. «¡Pobres mujeres!
Miraba hostilmente á los jóvenes, mientras la muchacha, á sus espaldas, lanzaba ojeadas á todos los hombres con uniforme. El príncipe tuvo que abrirse paso á través de un grupo inmóvil y compacto.
El padre le había dicho también, que veía con sumo disgusto, su amistad con el Varguitas de la otra banda, por la centésima vez, y cuando en esto estaban, hizo irrupción la madre en el despacho, y adhirió su protesta a la de don Bernardino, significando que había observado ciertos paseos y ciertas ojeadas entre Susana y el primito que le olían a festejo descarado, lo que hizo enfurecer al padre.
A todo esto, la pobre desdeñada niña, que había estado observando a las otras durante su breve diálogo, mirando de reojo y mordiéndose las uñas, cuando las vió sentadas se dirigió hacia ellas paso a paso, con la cabeza gacha; y al estar a media vara de las desdeñosas, se dejó caer al suelo lentamente y se puso a deshojar las florecillas del césped, sin arrancarlas, flechando ojeadas de través de vez en cuando al grupo, y sorbiendo muy recio el aire con las narices.
Siempre lo mismo: ojeadas sentimentales, palabras melancólicas alternadas con burlas frías y mordientes para los que pasaban junto a ellos. Si él manifestaba deseos de alejarse, una mirada maliciosa que equivalía a una promesa y ciertas palabras de doble sentido le mantenían inmóvil.
En una noche se aprendía los libros que en todo el año escolar no podían a veces dominar sus compañeros; y aunque la Historia Natural y la Universal y cuanto añadiese algo útil a su saber y le estimulase el juicio y la verba, eran sus materias preferidas, a pocas ojeadas penetraba el sentido de la más negra lección de Álgebra, tanto que su maestro, un ingeniero muy mentado y brusco, le ofreció enseñarle, en premio de su aplicación, la manera de calcular lo infinitésimo.
Al cabo de una hora, lo menos, Tristán, que no cesaba de echar ojeadas impacientes a la casa de enfrente, exclamó: ¡Ya salen! Reynoso levantó la cabeza y su faz se puso lívida viendo salir del portal a su esposa en compañía de Núñez. Dieron unos cuantos pasos precipitadamente por la calle y se metieron en un coche de punto que un poco más allá les esperaba.
El «santo» veía el incesante trabajo de Feli; adivinaba, por sus ojeadas a la cocina, la penuria de los jóvenes; oía desde su cama los diálogos de la pareja discutiendo los apuros del día siguiente. Cuando Isidro se ausentaba, aproximábase él a Feli con cierta cortedad, dejando sobre el montón de corsés lo que encontraba en sus bolsillos.
Al salir la gente de misa mayor, Leto, como de costumbre, se quedó, con otros amigos, enfrente del pórtico echando un pitillo, un párrafo y algunas ojeadas maquinales a las villavejanas de todos los días; y hablando, fumando y mirando, vio salir a Nieves con su padre.
Palabra del Dia
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